La economía colaborativa es un
modelo económico basado en el intercambio y la puesta en común de bienes y
servicios mediante el uso de plataformas digitales. Se inspira en las utopías
del compartir y de valores no mercantiles como la ayuda mutua o la convivialidad,
y también del espíritu de gratuidad, mito fundador de Internet. Su idea
principal es: “lo mío es tuyo” (1), o sea compartir en vez de poseer. Y el
concepto básico es el trueque. Se trata de conectar, por vía digital, a gente
que busca “algo” con gente que lo ofrece. Las empresas más conocidas de ese
sector son: Netflix, Uber, Airbnb, Blabacar, etc. Treinta años después de la
expansión masiva de la Web, los hábitos de consumo han cambiado. Se impone la
idea de que la opción más inteligente hoy es usar algo en común, y no
forzosamente comprarlo. Eso significa ir abandonando poco a poco una economía
basada en la sumisión de los consumidores y en el antagonismo o la competición
entre los productores, y pasar a una economía que estimula la colaboración y el
intercambio entre los usuarios de un bien o de un servicio. Todo esto plantea
una verdadera revolución en el seno del capitalismo que está operando, ante
nuestros ojos, una nueva mutación.
Imaginemos que, un domingo, usted
decide realizar un trabajo casero de reparación. Debe perforar varios agujeros
en una pared. Y resulta que no posee un taladrador. ¿Salir a comprar uno un día
festivo? Complicado… ¿Qué hacer? Lo que usted ignora es que, a escasos metros
de su casa, viven varias personas dispuestas a ayudarle. No saberlo es como si
no existieran. Entonces, ¿por qué no disponer de una plataforma digital que le
informe de ello… que le diga que ahí, muy cerca, vive un vecino dispuesto a
asistirlo y, al vecino, que una persona necesita su ayuda y que está dispuesta
a pagar algo por esa ayuda? (2).
Tal es la base de la economía
colaborativa y del consumo colaborativo. Usted se ahorra la compra de un
taladrador que quizás no vuelva a usar jamás y el vecino se gana unos euros que
le ayudan a terminar el mes. Gana también el planeta porque no hará falta
fabricar (con lo que eso conlleva de contaminación del medio ambiente) tantas
herramientas individuales que apenas usamos, cuando podemos compartirlas. En
Estados Unidos, por ejemplo, hay unos 80 millones de taladradores cuyo uso
medio, en toda la vida de la herramienta, es de apenas 13 minutos… Se reduce el
consumismo. Se crea un entorno más sostenible. Y se evita un despilfarro
porque, lo que de verdad necesitamos, es el agujero, no el taladrador…
En un movimiento irresistible,
miles de plataformas digitales de intercambio de productos y servicios se están
expandiendo a toda velocidad (3). La cantidad de bienes y servicios que pueden
imaginarse mediante plataformas online, ya sean de pago o gratuitas (como
Wikipedia), es literalmente infinita. Solo en España hay más de cuatrocientas
plataformas que operan en diferentes categorías (4). Y el 53% de los españoles
declaran estar dispuestos a compartir o alquilar bienes en un contexto de
consumo colaborativo.
A nivel planetario, la economía
colaborativa crece actualmente entre el 15% y el 17% al año. Con algunos
ejemplos de crecimiento absolutamente espectaculares. Por ejemplo Uber, la
aplicación digital que conecta a pasajeros con conductores, en solo cinco años
de existencia ya vale 68.000 millones de dólares y opera en 132 países. Por su
parte, Airbnb, la plataforma online de alojamientos para particulares surgida
en 2008 y que ya ha encontrado cama a más 40 millones de viajeros, vale hoy en
Bolsa (sin ser propietaria de ni una sola habitación) más de 30.000 millones de
dólares (5).
El éxito de estos modelos de
economía colaborativa plantea un desafío abierto a las empresas tradicionales.
En Europa, Uber y Airbnb han chocado de frente contra el mundo del taxi y de la
hostelería respectivamente, que les acusan de competencia desleal. Pero nada
podrá parar un cambio que, en gran medida, es la consecuencia de la crisis del
2008 y del empobrecimiento general de la sociedad. Es un camino sin retorno.
Ahora la gente desea consumir a menor precio, y también disponer de otras
fuentes de ingresos inconcebibles antes de Internet. Con el consumo
colaborativo crece, asimismo, el sentimiento de ser menos pasivo, más dueño del
juego. Y la posibilidad de la reversibilidad, de la alternancia de funciones,
poder pasar de consumidor a vendedor o alquilador, y viceversa. Lo que algunos
llaman “prosumidor”, una síntesis de productor y consumidor (6).
Otro rasgo fundamental que está
cambiando –y que fue nada menos que la base de la sociedad de consumo–, es el
sentido de la propiedad, el deseo de posesión. Adquirir, comprar, tener, poseer
eran los verbos que mejor traducían la ambición esencial de una época en la que
el tener definía al ser. Acumular “cosas” (7) (viviendas, coches, neveras,
televisores, muebles, ropa, relojes, cuadros, teléfonos, etc.) constituía la
principal razón de la existencia. Parecía que, desde el alba de los tiempos, el
sentido materialista de posesión era inherente al ser humano. Recordemos que
George W. Bush ganó las elecciones presidenciales en Estados Unidos, en 2004,
prometiendo una “sociedad de propietarios” y repitiendo: “Cuantos más
propietarios haya en nuestro país, más vitalidad económica habrá en nuestro
país”.
Se equivocó doblemente. Primero
porque la crisis del 2008 destrozó esa idea que había empujado a las familias a
ser propietarias, y a los bancos –embriagados por la especulación
inmobiliaria–, a prestar (las célebres subprimes) sin la mínima precaución. Así
estalló todo. Quebraron los bancos hipotecarios y hasta el propio Lehman
Brothers, uno de los establecimientos financieros aparentemente más sólidos del
mundo… Y segundo, porque, discretamente, nuevos actores nacidos de Internet
empezaron a dinamitar el orden económico establecido. Por ejemplo: Napster, una
plataforma para compartir música que iba a provocar, en muy poco tiempo, el
derrumbe de toda la industria musical y la quiebra de los megagrupos
multinacionales que dominaban el sector. E igual iba a pasar con la prensa, los
operadores turísticos, el sector hotelero, el mundo del libro y la edición, la
venta por correspondencia, el cine, la industria del motor, el mundo financiero
y hasta la enseñanza universitaria con el auge de los MOOC (Masive Open Online
Courses o cursos online gratuitos) (8).
En un momento como el actual, de
fuerte desconfianza hacia el modelo neoliberal y hacia las elites políticas,
financieras y bancarias, la economía colaborativa aporta además respuestas a
los ciudadanos en busca de sentido y de ética responsable. Exalta valores de
ayuda mutua y ganas de compartir. Criterios todos que, en otros momentos,
fueron argamasa de utopías comunitarias y de idealismos socialistas. Pero que
son hoy –que nadie se equivoque– el nuevo rostro de un capitalismo mutante
deseoso de alejarse del salvajismo despiadado de su reciente periodo
ultraliberal.
En este amanecer de la economía
colaborativa, las perspectivas de éxito son inauditas porque, en muchos casos,
ya no se necesitan las indispensables palancas del aporte de capital inicial y
de búsqueda de inversores. Hemos visto cómo Airbnb, por ejemplo, gana una
millonada a partir de alojamientos que ni siquiera son de su propiedad.
En cuanto al empleo, en una
sociedad caracterizada por la precariedad y el trabajo basura, cada ciudadano
puede ahora, utilizando su ordenador o simplemente su teléfono inteligente,
proveer bienes y servicios sin depender de un empleador. Su función sería
–además de compartir, intercambiar, alquilar, prestar o regalar– la de un
intermediario. Cosa nada nueva en la economía: ha existido desde el inicio del
capitalismo. La diferencia reside ahora en la tremenda eficiencia con la que
–mediante poderosos algoritmos que, casi instantáneamente, calculan ofertas,
demandas, flujos y volúmenes–, las nuevas tecnologías analizan y definen los
ciclos de oferta-demanda.
Por otra parte, en un contexto en
el que el cambio climático se ha convertido en la amenaza principal para la
supervivencia de la humanidad, los ciudadanos no desconocen los peligros
ecológicos inherentes al modelo de hiperproducción y de hiperconsumo
globalizado. Ahí también, la economía colaborativa ofrece soluciones menos
agresivas para el planeta.
¿Podrá cambiar el mundo? ¿Puede
transformar el capitalismo? Muchos indicios nos conducen a pensar, junto con el
ensayista estadounidense Jeremy Rifkin (9), que estamos asistiendo al ocaso de
la 2ª revolución industrial, basada en el uso masivo de energías fósiles y en
unas telecomunicaciones centralizadas. Y vemos la emergencia de una economía
colaborativa que obliga, como ya dijimos, al sistema capitalista a mutar. Por
el momento coexisten las dos ramas: una economía de mercado depredadora
dominada por un sistema financiero brutal, y una economía del compartir, basada
en las interacciones entre las personas y en el intercambio de bienes y
servicios casi gratuitos… Aunque la dinámica está decididamente a favor de esta
última.
Quedan muchas tareas pendientes:
garantizar y mejorar los derechos de los e-trabajadores; regular el pago de
tasas e impuestos de las nuevas plataformas; evitar la expansión de la economía
sumergida… Pero el avance de esta nueva economía y la explosión de un nuevo
modo de consumir parecen imparables. En todo caso, revelan el anhelo de una
sociedad exasperada por los estragos del capitalismo salvaje. Y que aspira de
nuevo, como lo reclamaba el poeta Rimbaud, a cambiar la vida.
NOTAS:
(1) Léase Rachel Botsman y Roo Rogers: What’s Mine is Yours: The Rise of
Collaborative Consumption, Harper Collins, Nueva York, 2010.
(2) En España, existen varias
plataformas dedicadas a eso, por ejemplo: Etruekko (http:// etruekko.com/) y
Alkiloo (http://www.alkiloo.com/).
(3) Consúltese: www.consumocolaborativo.com
(4) El diario online El
Referente, en su edición del 25 de octubre de 2015, ha recogido las principales
start-ups dedicadas a los viajes, la cultura y el ocio, la alimentación, el
transporte y el parking, la mensajería, las redes profesionales, el intercambio
y alquiler de productos y servicios, los gastos compartidos, los bancos de
tiempo, la tecnología e Internet, la financiación alternativa y fintech, la
moda, los deportes, la educación, la infancia, el alquiler de espacios, los
pisos compartidos y otras plataformas de interés. http://www.elreferente.es/tecnologicos/directorio-plataformas-economia-colaborativa-espana-28955
(5) Airbnb ya vale más que
Hilton, el primer grupo de hostelería del mundo. Y más que la suma de los dos
otros grandes grupos mundiales Hyatt y Marriot. Con dos millones de
alojamientos en 191 países, Airbnb se coloca por delante de todos sus
competidores en capacidad de alojamiento a escala planetaria. Airbnb cobra el
3% del precio de la transacción al propietario y entre el 6% y el 12% al
inquilino.
(6) El concepto de prosumidor
aparece por vez primera en el ensayo de Alvin Toffler, La Tercera Ola (Plaza&Janés, Barcelona, 1980), que define como
tal a las personas que son, al mismo tiempo, productores y consumidores.
(7) Las Cosas (Les Choses, 1965) es una novela del autor francés
Georges Perec. La primera edición en español (trad. de Jesús López Pacheco),
fue publicada en 1967 por Seix Barral. En 1992, Anagrama la reeditó con la
traducción de Josep Escué. Es una crítica de la sociedad de consumo y de la
trivialidad de los deseos fomentados por la publicidad.
(8) Desde hace dos años, unos
seis millones de estudiantes se han puesto a seguir gratuitamente cursos
online, difundidos por las mejores universidades del mundo. http://aretio.hypotheses.org/1694
(9) Jeremy Rifkin, La sociedad de coste marginal cero: El
Internet de las cosas, el procomún
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