-I-
Hablar de “derrota” del
movimiento 15-M conduce, de forma inexorable, a una sucesión de malentendidos:
dar por sentado que ya no tiene relevancia política, absolutizar su repliegue, sentirse
obligado a abandonar sus filas o incluso condenarlo a una bella veleidad. Nada
de ello está implicado cuando nos preguntamos sobre el momento actual de este
movimiento y afirmamos que la experiencia de la derrota es parte del
largo aprendizaje que hemos de atravesar todos aquellos que participamos, de
formas y en grados diversos, en este movimiento.
Un pensamiento que se pretenda
crítico, sin embargo, no puede eludir el malentendido si aspira a producir
debates fecundos. Forma parte de ese debate preguntarse, ante todo, por los logros
y deudas contraídas por el movimiento 15-M a fuerza de encarnar un impulso
político transformador en una fase histórica marcada hasta entonces no sólo por
el letargo y la apatía generalizadas, sino también por la desmovilización
popular. En ese debate -cómo no- la reflexión sobre una posible derrota debe
tener lugar, no para entregarse al derrotismo, sino para reactivar el momento
fundante de la «indignación» y seguir pensando estrategias de acción más
efectivas.
Dicho claramente: puesto que la
«indignación» ante las injusticias repetidas de un sistema corrupto no ha
mermado, tenemos que pensar qué medios y estrategias podemos darnos para
que esa emoción colectiva no quede en un ritual catárquico (o en una simple queja
privada) y pueda constituirse en fuerza impulsora de un proceso de cambio social.
Esa posibilidad sigue siendo incierta y depende de nuestra práctica que las
grietas abiertas en un pasado inmediato no se cierren. Señalar el riesgo de
asimilación sistémica del movimiento 15-M es apostar por que eso no ocurra.
Lejos de cualquier resignación
política, nuestra apuesta es seguir luchando de forma entusiasta contra una
política de la resignación que presenta la actualidad (del saqueo) como una
realidad ineludible, producto de “decisiones inevitables” (lo que no es más que
un oxímoron). Para ahondar en esa lucha entusiasta es crucial llamar la
atención sobre la peculiar eficacia que está teniendo la política del miedo
institucionalizada a nivel gubernamental y elaborar opciones que nos permitan
neutralizarla. Desde el momento en que ningún gesto es meramente constatativo,
señalar que en los últimos meses ha habido un repliegue del 15-M y una
restauración autoritaria del control basada en la propagación del miedo
reclama, de nuestra parte, un esfuerzo adicional para pensar cómo podríamos
intentar replicar a esa situación y retomar la iniciativa perdida.
Desde luego, articular la
disidencia como movimiento político excede cualquier reflexión individual y
sería un contrasentido que alguien se arrogara esa labor, máxime en un
movimiento que carece de forma explícita de líderes. Esa responsabilidad es necesariamente
colectiva y elaborar una preceptiva abstracta (muy propia de las utopías
diseñadas por filósofos) es tan inconducente como indeseable: sitúa al sujeto
en la posición del amo que imparte mandatos que, por si fuera poco, no
está en condiciones de hacer cumplir. No es extraño que todavía la vieja
guardia siga recriminándole al mundo persistir en el error y no seguir obedientemente
sus mandamientos redentores.
Lo antedicho, sin embargo, no nos
exime de intentar elucidar algunas alternativas de acción, siempre que sean
interpretadas como material abierto de discusión, apuntes de una
lucha que sigue abierta a pesar de un cierto desaliento frente a unas
autoridades gubernamentales sumisas al capital económico-financiero más concentrado.
La negativa a sugerir algunas ideas en nombre del antiautoritarismo es
de mínima discutible. ¿Por qué no podríamos contribuir, de forma tentativa, a
la construcción de un proyecto político colectivo, ya en germen, por el que
estamos dispuestos a luchar y que nos compromete de forma directa?
-II-
En las últimas semanas, tres
iniciativas asociadas al movimiento 15-M resultan de gran valor: a) la creación
del “fondo de resistencia 2.0” ,
b) la presentación de querellas judiciales contra diferentes autoridades
emblemáticas del actual régimen de privilegios, privatización y corrupción y,
c) el apoyo técnico y moral a “Alfon” contra la criminalización acometida por
el gobierno.
Resumamos la significación de
estas iniciativas. En primer lugar, la consolidación de un fondo de resistencia
permitirá afrontar algunas de las multas que afectan a miles de indignados por
manifestarse de “forma ilegal”, según califica el gobierno nacional. La
generalización de las multas forma parte de una estrategia disuasoria que bien
puede neutralizarse si se dispone de una cobertura común. A eso hay que sumar
otra medida sumamente atinada: apelar judicialmente las sanciones
administrativas, lo que permite evitar el ahogo económico en el que quieren
sumir al movimiento.
En segundo término, la ampliación
de las querellas judiciales a distintas autoridades públicas, por delitos de
malversación de fondos públicos y apropiación indebida, entre otros, constituye
una réplica fundamental al proceso de judicialización del que son objeto muchos
participantes del movimiento 15-M. Si la estrategia gubernamental está centrada
en la criminalización del activismo –a golpes de reformas judiciales y
represión policial-, la denuncia pública no basta y necesita ser complementada
con una estrategia jurídica que permita contrarrestar de forma eficaz la “cruzada”
del gobierno.
En tercer término, el apoyo
técnico y moral a “Alfon”, visible a través de manifestaciones sociales y apoyo
jurídico, es otro punto significativo. Tras ser acusado por “alarma social”
–una figura aberrante que no consta en el código penal vigente- y encerrado en
régimen de aislamiento, esa intervención a doble nivel ha permitido la liberación de este activista luego de 57 días
de cárcel. El amedrentamiento que mediante estos “castigos ejemplares” persigue
el gobierno sólo puede ser neutralizado con la movilización continua de otros
participantes y con el servicio profesional de un equipo de juristas y abogados
que permitan interponer los recursos pertinentes.
En conjunto, estas prácticas
constituyen intervenciones valiosas que es vital potenciar como réplicas al
hostigamiento que el movimiento 15-M sufre por parte de las autoridades gubernamentales
y policiales. Permiten imaginar líneas de continuidad del 15-M. Recuperar la
iniciativa, sin embargo, supone dar un paso más allá: elaborar un proyecto
político alternativo a partir de la integración conceptual de la
multiplicidad de propuestas que se fueron elaborando en el último año y medio
por parte de los diferentes colectivos en el interior de este movimiento.
En otras palabras, se trata de
favorecer la articulación entre distintos grupos y sectores a partir de
la producción de un horizonte de sentido en común. Hasta donde sé, la
conversión de una multitud de demandas en un proyecto colectivo capaz de escalonar los
objetivos de intervención, es algo pendiente y dificulta la construcción de
vínculos más estrechos con otros sujetos (entre otros, parados, trabajadores de
la salud y la educación, estudiantes, grupos feministas, sindicatos
minoritarios, inmigrantes, jubilados, entre otros), así como con plataformas
ciudadanas como la Plataforma contra la Pobreza y la Exclusión Social o
la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH).
Dicho de otra manera: la
condición de expansión y consolidación del 15-M está asociada a dos dimensiones
centrales: el desarrollo de un proyecto colectivo (como mapa de unos objetivos
y unas prácticas específicas) y la construcción de unos vínculos
intersectoriales e intergrupales (no sólo a nivel nacional) que permitan
radicalizar un frente común de lucha que, al menos en principio, no
tiene por qué excluir la interlocución con partidos políticos de izquierda. Es
evidente que ambas dimensiones están interrelacionadas y son mutuamente
dependientes: exigen coordinación y trabajo colaborativo, además de una
revisión crítica de lo realizado.
Hasta donde sé, el movimiento 15-M
afronta en el presente una encrucijada, luchando más bien por su supervivencia.
Globalizar la resistencia supone más que sostener la indignación: es
darle un camino transformador que supone, entre otras cuestiones, una estrategia
de comunicación que permita un posicionamiento crítico también en el
campo de los medios de comunicación. La repolitización de decisiones planteadas
como técnicas o económicas forma parte de su derrotero y este proceso sólo
puede proseguir ante una “opinión pública” ambivalente en la medida en que las
protestas confluyan y adquieran una mayor notoriedad a nivel colectivo. En ese
contexto, la convocatoria a una «huelga general indefinida» a nivel europeo y
la «movilización permanente» son parte del arsenal que también desde el 15-M se
podría alentar.
-III-
Al nulo interés de los sindicatos
mayoritarios por articular sus manifestaciones con las luchas de otros movimientos
sociales contestatarios habría que contraponer la inclusión de las clases trabajadoras
(incluyendo los parados) en un movimiento como el 15-M. Sólo una articulación
contrahegemónica permitirá pasar de unas protestas sociales de carácter
defensivo a una intervención democrático-radical que transforme las condiciones
del presente. El planteamiento de una huelga general indefinida como punto
nodal en una cadena de demandas sociales más amplias (imposibles de satisfacer
dentro del actual orden hegemónico) podría unificar una multiplicidad de luchas
sociales (1).
Desde luego, otras medidas
complementarias, que promueven una legítima desobediencia civil, circulan desde
hace tiempo en el seno del movimiento 15-M: huelgas de consumo, jornadas de
reflexión, piquetes informativos, asambleas barriales, etc. Apenas hay que
insistir en su importancia. En cambio, sí merece la pena enfatizar la necesidad
estratégica de construir una «equivalencia general» en una cadena diferencial
de reivindicaciones. Sólo entonces una multitud puede reconocerse como sujeto
popular, esto es, como “pueblo”. Sugerí en otra ocasión que el significante de
“indignados” era tan ambivalente como inclusivo, lo que de algún modo favorece
la producción de identificaciones colectivas y la internacionalización de este
tipo de movimientos disidentes (2). La lucha por las nominaciones nunca es algo
meramente anecdótico. Forma parte de las luchas simbólicas en las que se juega el
sentido y legitimidad social de un movimiento como el 15-M.
Cualquiera sea la forma en que el
movimiento se nombre a sí mismo, resulta central la recuperación discursiva de
lo que hay de común en las experiencias de distintos grupos y seres
humanos. Si es cierto que el porvenir de cualquier movimiento depende de la
gestión de sus límites, mucho más cierto todavía es que sin la construcción de
lazos ideológicos con otros grupos subalternos y plataformas ciudadanas el
movimiento 15-M arriesga su potencialidad como agente transformador.
Ante una catástrofe social
mundializada, no hay razones para detener lo que podríamos llamar la universalización
de la indignación. Su devenir es impredecible, pero se nutre de la memoria de las
injusticias. Forma parte de nuestra responsabilidad intelectual, política y
ética que esa memoria se haga manifiesta en una praxis que interrumpa el saqueo
sistémico al que estamos expuestos.
(1) He desarrollado este punto en “Sobre una
siniestra normalidad: por la huelga general indefinida” (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=159181)
y en “Lo imposible rehabilitado: el sentido de una huelga general indefinida” (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=161048).
(2) Remito a “Democracia y revuelta: la
experiencia de ruptura del 15-M” (http://old.kaosenlared.net/noticia/democracia-revuelta-experiencia-ruptura-15-m).