Desde hace un tiempo se han intensificado los discursos antirracistas, los discursos que apoyan a las comunidades indígenas, a las personas negras, a las personas migrantes. Palabras como colonización y descolonización del cuerpo, del territorio, del saber, del feminismo y la política resuenan casi como una declaración de principios del feminismo latinoamericano. Sin ir más lejos el adjetivo “descolonial” comienza a circular por distintos espacios feministas que en un ejercicio de autocrítica reconocen su raíz eurocéntrica, las limitaciones de sus agendas y lo problemáticas de sus estrategias cuando entran en contacto con esos mundos Otros que existen en nuestro continente.
Sin embargo, que no nos llame a ilusión, nuestro feminismo sigue siendo profundamente eurocentrado en sus análisis y en sus metodologías. Una prueba de ello es el llamado a un “paro” internacional de mujeres como acción aglutinante para este 8 de marzo. La cuestión del método y las estrategias de lucha han sido siempre un tema de reflexión importante dentro de la teoría social, la filosofía política y los movimientos sociales. Los métodos de lucha, no son cualquier cosa. Ellos dicen mucho sobre las bases en las que se asienta un movimiento social. Los métodos son prescriptivos de mundos: los regulan. De allí que la decisión de tomar el paro de actividades como método habla del tipo de narrativa y comprensión del mundo a la que adherimos, dejando a la vista la dependencia, no solo ideológica, sino de la agenda feminista en América Latina.
El paro de actividades ha sido una estrategia que surge dentro del contexto particular de la revolución industrial y la lucha de la clase obrera europea. Un método que logró legitimidad dentro del pacto entre clase obrera y burguesía en los años del Estado de bienestar europeo. El “paro” como estrategia hace parte de una genealogía de resistencia dentro del mundo de lo humano, aquel constituido por el pleno desarrollo del sistema capitalista. Allí las clases obreras y campesinas enfrentaron relaciones de poder que les sometían, dando lugar al “paro” como instrumento de la lucha de clases. El “paro” ha sido engendrado dentro de este contexto histórico particular y, dentro del mismo, habría que celebrarlo.
El problema surge cuando se intenta emularlo como método universal aplicable a cualquier experiencia histórica. Pensemos en NuestraAmérica: ¿es que la noción de pleno empleo corresponde a la particularidad de nuestra historia marcada por la colonialidad? Tal como nos recuerdan autores como Mariátegui, Dussel, Quijano y Silvia Rivera Cusicanqui, la heterogeneidad estructural que nos caracteriza nos presenta como una sociedad abigarrada, en donde cohabitan matrices de organización capitalista y comunal de la vida con horizontes utópicos muy distintos, pero coincidentes en un mismo tiempo histórico. Así, la idea de paro reedita una imaginería excluyente de las experiencias de trabajo y de organización de lo común que no encajan con la noción de empleo asalariado y ascenso social que señala el ideario de progreso capitalista. Esas otras formas, tildadas de atrasadas, improductivas, no desarrolladas, arcaicas, son precisamente las que caracterizan a millones de mujeres racializadas en nuestro sub-continente y es aquí lo que debemos comprender: estos modelos de organización comunal y de vida en relación son los que históricamente han resistido de manera radical al capitalismo y a la expansión del orden moderno-colonial. Que no los reconozcamos como formas de resistencia válidas más acordes a nuestra experiencia histórica es porque nosotras mismas encajamos más de lo que creemos y de lo que nos gustaría admitir con el sistema mundo moderno y el modelo económico de explotación capitalista.
Ante esto, nos preguntamos: ¿Hasta cuándo las experiencias de las mujeres blancas y blanco-mestizas seguirán siendo más válidas que las del resto de las mujeres? ¿Cuándo el feminismo que recorre América Latina y El Caribe comenzará a encarnar una política verdaderamente antirracista y atenta a subvertir las bases modernas que le han dado fundamento? Nuestro posicionamiento respecto de estas preguntas es enfático: una lucha antirracista debe detonar la paradoja excluyente y genocida del eurocentrismo universalista. A nuestro entender los principios de una lucha descolonial no están contemplados este 08 de marzo, por el contrario, la agenda y los discursos con los que se nos invita a nuclearnos siguen sometidos a los designios blanco-burgueses de aquellas que apelan a un ideario de lucha que no nos es propio a una buena parte de las mujeres de esta Abya Yala.
Lo que planteamos reedita la relación de dominación/subordinación Norte/Sur. Pero también habla de las posiciones dominantes sur-sur y dentro mismo de las fronteras de los Estados nacionales. La violencia epistémica actúa en todos y cada uno de estos niveles. Es interesante cómo determinados países dentro del sur global, y dentro de América Latina en particular, se convierten en referentes y vanguardias de la lucha feminista. No es casualidad que este liderazgo provenga de aquellos países de mayor población de origen europeo, que han gozado de una experiencia histórica privilegiada gracias a su mayor integración al modelo de desarrollo capitalista y al ideal moderno. ¿Qué significa que nuestras luchas políticas sean definidas por un pequeño grupo de feministas blancas y blanco-mestizas privilegiadas asentadas en las capitales de los países hegemónicos de la región? Como desde siempre, resulta que un puñado de mujeres privilegiadas define la política feminista en América Latina. Vale decir, que esta hegemonía se asienta y es productiva a la subalternización de los mundos que le exceden condenando a invisibilidad las apuestas y las metodologías de resistencia de millones de mujeres indígenas, afrodescendientes, campesinas y populares que cada día enfrentan la violencia sistemática del sistema moderno colonial capitalista de género.
Pensar en las compañeras que no pueden parar, las que por necesidad venderán en la marcha, las que el día de la huelga convocada estarán sembrando, cultivando o cocinando el alimento que comeremos las que ese día paramos; pensar en las compañeras que amplían la lucha por el buen vivir a través de la autogestión y en deshacerse de todas las formas de vida auspiciadas por el capitalismo; pensar en las que están ahora mismo en la calle haciendo labores de servicio incluyendo las trabajadoras del sexo; pensar en todas aquellas que junto a sus compañeros subalternos serán responsables de que el mundo siga girando y la vida siga siendo posible mientras nosotras paramos, debería llevarnos a preguntar ¿de qué manera estas estrategias definidas por un pequeño grupo privilegiado debilitan o no las variables estructurales de opresión que hacen posible la violencia hacia “las mujeres” que están en la escala más baja del privilegio?.
Debilitar las variables estructurales de opresión alude al entrecruzamiento de las preocupaciones comunes. Nos preguntamos: ¿podremos identificar las preocupaciones comunes de las “mujeres” si no estamos Todas? ¿Podemos reconocer si para las personas racializadas y subalternas, para las condenadas del mundo, para las feministas, lesbianas y trans feministas antirracistas en general el paro es una estrategia útil? ¿Podemos decidir sobre aquello que no logramos compartir? Insistimos: ¿Cómo ha estado representado el antirracismo en los debates y en la definición de una estrategia de lucha que intenta nuclearnos? ¿Son las mujeres racializadas las que hablan o son las redes de feministas blancas y mestizas –con la consabida carga dominante de esta categoría- que aún ahora que se nombran antirracistas siguen dominando el campo del discurso y de la acción, imponiendo sus prioridades y deseos de mundo?
Sabemos que en esta oportunidad habrá ocasión de discursos marginales que denunciarán la opresión y la violencia hacia las mujeres indígenas, afrodescendientes, migrantes, y hasta los asesinatos de lideresas sociales y medioambientalistas, pero advertimos: la denuncia está atrapada por la forma en que el feminismo blanco eurocentrado entiende y centraliza el género en su discurso.
Si no estamos todas, entonces, ¿en dónde queda el sentido del #NiUnaMenos? Nos referimos a un estar todas radical – siguiendo a Audre Lorde tantas veces en la boca feminista- y no a lo “problemáticas” que llegamos a ser quienes no nos sentimos contenidas por esta propuesta. Nuestra conducta “problemática” nos sigue advirtiendo lo que la misma Lorde decía:
“Estar juntas las mujeres no era suficiente, éramos distintas. Estar juntas las mujeres gay no era suficiente, éramos distintas. Estar juntas las mujeres negras no era suficiente, éramos distintas. Estar juntas las mujeres lesbianas negras no era suficiente, éramos distintas. Cada una de nosotras tenía sus propias necesidades y sus objetivos y alianzas muy diversas. La supervivencia nos advertía a algunas de nosotras que no nos podíamos permitir definirnos fácilmente, ni tampoco encerrarnos en una definición estrecha… Ha hecho falta cierto tiempo para darnos cuenta de que nuestro lugar era precisamente la casa de la diferencia, más que la seguridad de una diferencia particular”
¿Cómo construiremos condiciones que en realidad nos permitan escuchar a la Otra y así comenzar a deshilachar el racismo como trama y como sedimento que se adhiere al fondo de nuestras prácticas? Sí, compañeras, porque es racismo de lo que estamos hablando, fundamentalmente porque lo que sigue quedando fuera de nuestra imaginería, nuestra creatividad, nuestros deseos de mundo, nuestras formas del hacer son aquellas ontologías y modelos de gestión de lo común y de la reproducción de la vida que no se han subsumido tan fácilmente a la razón occidental moderna, ni al feminismo que le hace complicidad.
Compañeras, hay caminos: partamos por considerarnos en falta y considerar nuestros lugares de privilegio del habla y de la acción; dejemos de hablar por otras y estemos dispuesta a seguir aquellas que desde abajo entretejen la amplia trama que sostiene el mundo; partamos por mirar hacia dónde nunca hemos mirado, hacer visible lo invisible a la razón occidental; partamos por hacer el intento de comprender que nuestros saberes no están completos y que por lo mismo no podemos imponerlos a otras como verdad; partamos por comprender el ropaje liberal que traviste las lógicas de participación asambleística de los espacios que habitamos en nuestros movimientos urbanos.
Solo a través de estas prácticas podremos entender que no hay representatividad legítima en la ausencia, y mucho menos en la imposición de un único modelo de comprensión, porque un discurso general sobre posibles preocupaciones comunes impide precisamente que éstas sean finalmente develadas.
Compañeras
¡Que ni una sea menos!
¡Que ni una sea menos!
Que no sea ni una más negada, relegada o invisibilizada por la acción política feminista ansiosa de traspasar barreras nacionales e imponer su hegemonía a costa de dejar intactas las jerarquías raciales, de clase, geopolíticas, normativas que nos definen.
8 de marzo 2017
Extraído de aquí.