El poder de borrado mediático es
la contrapartida necesaria de su capacidad para construir agendas públicas,
esto es, su posibilidad efectiva de establecer asuntos considerados de
relevancia colectiva. En el tráfago informativo, el tratamiento dominante de la
problemática de los refugiados -que puede interpretarse de forma crítica como
nueva crisis de humanidad- no sólo se ha reducido en términos cuantitativos
sino que ha perdido buena parte de la relevancia que los medios masivos le
asignaron tan sólo seis meses atrás.
El balance de muertos es
lapidario: según estimaciones –con márgenes de error significativos-, en 2014 más
de 3500 personas han fallecido en su odisea para arribar a Europa (1), mientras
que en 2015 la cifra se eleva a más de 3600 personas (2). Las escasas
estadísticas al respecto apenas dan cuenta de la magnitud del desastre. No sólo
porque muchos quedarán sepultados en el cementerio del Mediterráneo sin que nadie
pueda atestiguarlo, sino porque tampoco da cuenta de los que logran sobrevivir
en condiciones paupérrimas, incluyendo buena parte de los que arriban a Europa
(y en 2015 se trata de más de un millón de seres humanos). Lo que es peor: pone
en evidencia que la Comisión Europea (CE) no ha tomando las medidas pertinentes
para reducir de forma significativa este silencioso holocausto -que contabiliza
decenas de miles de muertos anónimos en las últimas dos décadas- ni ha asumido
su cuota específica de responsabilidad en la producción de diásporas a gran
escala.
La creciente invisibilización de
este drama colectivo, ocasionado especialmente por las guerras en Medio Oriente
y el Norte de África, es correlativa a la carencia de respuestas aceptables por
parte de la CE, incluso si Alemania, a nivel individual, ha acogido en 2015 a poco menos de un
millón de personas en condición de solicitantes de asilo. El fracaso absoluto
del plan europeo para reasentar a 160.000 solicitantes de asilo (apenas un 3%
del total de refugiados sirios [3]), en todo el territorio comunitario, muestra
la nula prioridad político-gubernamental ante una realidad sangrante de la que las
políticas europeas son co-responsables.
La disminución de la presión
colectiva, junto a la agitación del miedo por parte de los discursos eurocéntricos
e islamófobos que usan los atentados terroristas como arma arrojadiza,
favorecen la postergación indefinida de medidas de acogida a estos colectivos,
considerados en el mejor de los casos como objetos de caridad y, en el peor,
como material descartable. La postergación de lo impostergable en términos
éticos y políticos pone en jaque la credibilidad –ya de por sí erosionada- de la
CE en su autoproclamado liderazgo en materia de derechos humanos. Ante la
sucesión de decisiones supuestamente fallidas cabe interrogar, sin embargo, si
se trata sólo de una gestión deficitaria de una problemática considerada de
primer orden o, si por el contrario, se trata más bien de una gestión efectiva
de una problemática considerada de baja prioridad. La respuesta es clara: la
celeridad con que Europa blinda sus fronteras contrasta con la lentitud para mejorar
los accesos a quienes aspiran a solicitar asilo y, lo que no deja de ser más
perentorio, no perecer en el intento.
A pesar de la sangría recurrente
que sigue produciéndose en el Mediterráneo y de la vergüenza de seguir
permitiéndolo, las autoridades europeas todavía no han puesto en marcha ningún
programa de salvamento marítimo que evite lo evitable (4). Como es sabido, agencias
como Frontex u otras que la sustituirán, tal como la nueva Guardia Europea de
Costas y Fronteras (5), no tienen como objetivo primario el rescate de personas
en situación de emergencia sino la custodia policial de las fronteras externas
de Europa.
La conclusión es lamentable: mientras
sigue bloqueada la ayuda real a las personas que se desplazan de manera forzosa
para preservar sus vidas, quienes lideran el espacio comunitario no dudan en
desbloquear partidas destinadas a la “contención” externa de esos
desplazamientos (apelando especialmente a países como Turquía) o en tomar
nuevas iniciativas securitarias destinadas a proteger el espacio de “libre
circulación” de Schengen (6).
Ninguna declaración
bienintencionada puede contrarrestar semejante conclusión como no sea activando
una política de asilo europea consistente, de signo diferenciado, elaborada y apoyada
por fuerzas políticas emergentes a nivel nacional e internacional. La falta de
prioridad que los gobiernos europeos le dan a esta catástrofe social no sólo es
una incitación a reflexionar sobre las consecuencias prácticas de este abandono:
es un toque de alarma sobre el andamiaje que la CE sigue construyendo de forma
tan imperturbable como cínica. Es ese andamiaje el que presagia su propio hundimiento,
al menos en la medida en que el bienestar no quede confinado a unas élites
desconectadas de las mayorías sociales.
No serán aquellos que deniegan
asistencia a esos cientos de miles de personas los que cambiarán esta
catástrofe. La contracara del ultraliberalismo del capital –que circula de
forma irrestricta a nivel mundial- no es otra que esta forma de totalitarismo que
atenaza a sus víctimas, allí donde cada vida importa menos que la custodia del
océano donde naufraga.
Ante esta coyuntura histórica -que
supone un rédito más político que económico a corto plazo para quienes la
propician-, surgen algunas preguntas previsibles. ¿Qué hay del miedo primitivo a
ser devorados por “la turba” o del miedo contemporáneo al terrorismo? ¿Qué tipo
de ceguera opera cuando se supone que no llegarán a Europa las esquirlas
(humanas) de ese polvorín llamado Medio Oriente? Las respuestas son complejas,
pero habría que apresurarse a desmontar la lógica misma de las preguntas. El “miedo”
no es ante el Otro sino ante la propia derecha europea, ávida de capitalizar
cualquier descontento social a partir de un discurso xenófobo y racista. Rechazo
sin miedo entonces. El otro que sobrevive a duras penas no da miedo ante todo
porque está inerme. Literalmente. Por tanto, lo que atemoriza a la amplia
mayoría de los gobiernos europeos es la impugnación de sus partidos aliados, la
rebelión en sus filas y la pérdida de apoyo del establishment mediático,
comprometidos como están con un proyecto político neoconservador que ni
siquiera aboga por rescatar a sus conciudadanos.
La “turba”, por lo demás, no sólo
no naufraga: está a varias bandas, en diferentes trincheras, alineada a los
señores de la guerra, comenzando por las grandes potencias coloniales o sus
aliados estratégicos de Medio Oriente, comenzando por Arabia Saudí. No sólo no
hay razones suficientes para suponer que el terrorismo (yihadista) es una
amenaza meramente externa, sino que en cualquier caso no hay ninguna prueba de
que el camino elegido para arribar a Europa sea la de la zozobra del océano o
las penurias del éxodo. Por el contrario, cuando se trata efectivamente de
“extranjeros” y no de “nacionales”, cabe suponer que disponen de medios considerablemente
más eficaces para “filtrarse” en Europa. Incluso si no cabe al respecto ninguna
ingenuidad, los mismos mecanismos selectivos previstos para reasentar y atender
las solicitudes de asilo resultan suficientes para conjurar el fantasma
terrorista que algunos discursos pretenden soldar a esta masa ingente de
refugiados.
Por otra parte, resulta inverosímil
suponer que los miembros de la CE son “ciegos” ante una suerte de “retorno de
lo reprimido” que, imprevisiblemente, puede aparecer bajo diferentes rostros de
lo terrible. Los tibios intentos de responder a la cuestión -que apuntan a
descomprimir semejante situación explosiva- se topan así con los compromisos en
los que de facto estos miembros se han embarcado. La misma preocupación por
blindar sus fronteras y la institucionalización del estado policial –bajo la
forma de «estado de seguridad» (7)- ya es indicativa de esta anticipación que
opera, ante todo, como incremento del control policial sobre la ciudadanía.
En suma, la CE está entrampada en
su giro hacia la derecha. Cualquier intento de desbloquear la crisis de
refugiados choca, ante todo, con el muro blanco que sus estados miembro han
levantado junto a sus “socios de gobierno”. No se trata, así, de ceguera ante
una situación que podría volverse contra sí como un boomerang, sino de falta de
voluntad política. Es la actual correlación de fuerzas políticas lo que
determina este bloqueo, reforzado por la posición minoritaria de la izquierda parlamentaria
europea y una presión colectiva tan esporádica como insuficiente. Sólo un
cambio significativo en esa correlación de fuerzas podría no tanto acelerar la
“gestión de la crisis” como dar lugar a otras políticas de asilo -mucho más
acordes al respeto incondicional de los derechos humanos fundamentales,
independientemente a la etnia, género, nacionalidad o grupo social. En términos
más generales, intentar detener los desplazamientos poblacionales sin apostar
por una transformación estructural de las condiciones socioeconómicas,
políticas y militares que los producen (comenzando por las guerras o las
hambrunas) es, cuando mínimo, una forma de evadir cualquier tentativa de
solución duradera.
Mientras la CE se hunde en su
propia trampa, los refugiados –esos nuevos desaparecidos del siglo XXI-
seguirán recorriendo Europa como un fantasma que recuerda la ignominia de los
vivos.
Arturo Borra
(1) “Ese gran cementerio que es el Mediterráneo: más de 20
mil muertos en los últimos años”, versión electrónica en http://legalteam.es/lt/ese-gran-cementerio-que-es-el-mediterraneo-mas-de-20-mil-muertos-en-los-ultimos-anos/#
(2) “La llegada de migrantes irregulares a Europa supera
el millón en 2015” ,
“El País”, 23/12/2015, http://internacional.elpais.com/internacional/2015/12/22/actualidad/1450781597_385081.html.
La referencia a “migrantes irregulares” por
buena parte de la prensa española justifica un estudio exhaustivo sobre
la construcción discursiva de las migraciones a nivel nacional, incluyendo la
indistinción generalizada entre “inmigrantes” y “refugiados” que omite sin más
el carácter forzado del desplazamiento en el segundo caso.
(3) Remito a “Sobre la «crisis de los refugiados» o la
vida en peligro”, “Rebelión”, 18/09/2015, versión electrónica en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=203445.
(4) “Las medidas sobre la crisis de los refugiados que la
UE discutirá en 2016” ,
“El Diario”, 301/2016, versión electrónica en http://www.eldiario.es/desalambre/medidas-ponerse-marcha-crisis-refugiados_0_468253769.html
(5) “La UE planea una nueva guardia fronteriza para frenar
la inmigración”, “Público”, 15/12/2015, versión electrónica en http://www.publico.es/internacional/ue-planea-nueva-guardia-fronteriza.html.
Para poner en marcha esta guardia, la CE prevé triplicar el presupuesto de aquí
a 2020, dotándola asimismo de mayores poderes de intervención.
(6) “Bruselas propone el envío de guardias europeos a las
fronteras sin permiso previo de los estados”, “El Diario”, 15/12/2015, versión
electrónica en http://www.eldiario.es/desalambre/Bruselas-propone-creacion-europea-fronteras_0_463004553.html
(7) Giorgio Agamben, “Del Estado de derecho al Estado de
seguridad”, “Le Monde”, 23/12/2015, versión electrónica en http://artilleriainmanente.blogspot.com.ar/2015/12/giorgio-agamben-del-estado-de-derecho.html?spref=fb.
Agamben identifica algunos rasgos de ese estado de seguridad: “Mantenimiento de
un estado de miedo generalizado, despolitización de los ciudadanos, renuncia a
toda certeza del derecho: éstas son tres características del Estado de
seguridad, que son suficientes para inquietar a las mentes. Pues esto
significa, por un lado, que el Estado de seguridad en el que estamos
deslizándonos hace lo contrario de lo que promete, puesto que —si seguridad quiere
decir ausencia de cuidado (sine cura)—
mantiene, en cambio, el miedo y el terror. El Estado de seguridad es, por otro
lado, un Estado policíaco, ya que el eclipse del poder judicial generaliza el
margen discrecional de la policía, la cual, en un estado de emergencia devenido
normal, actúa cada vez más como soberano” (op.cit.).