Lo único que parece mantenerse a
flote en el Mediterráneo es la hipocresía de la Unión Europea. Como si se
hubiera intentado conmemorar, módicamente, el naufragio del 19 de abril de
2015, que costó la vida a entre 750 y 900 personas, cuando en el barco con que
intentaban llegar a Italia desde Libia se hundió en el Canal de Sicilia, se
informa que el nuevo naufragio esta vez tampoco sacudirá las conciencias
europeas.
Se supo en las últimas horas que
una embarcación que había partido desde Tobruk, una ciudad libia, a pocos
kilómetros de la frontera con Egipto, con unos 200 pasajeros, hace ya diez
días, al intentar embarcar su pasaje a una nave de más porte en alta mar, esta
último sucumbió arrastrando a cerca de 500 almas, en su mayoría somalíes,
etíopes y eritreos.
Es imposible hacer un cálculo
mínimamente certero de las naves y pasajeros que parten desde Libia y Turquía
rumbo a Europa ya que son absolutamente ilegales, por lo que no existen listas
de “pasajeros” y por lo que solo se puede contar los cuerpos rescatados por las
autoridades, que desde ya prefieren ocultar los verdaderos números, pero se
podría calcular que en los últimos tres años se han ahogado en aguas del
Mediterráneo entre 8 y 12 mil personas.
En el caso de Libia, los
refugiados de ese origen, que intentan llegar a Italia por ser el país europeo
más cercano, unos 300
kilómetros hasta Lampedusa y 400 hasta Sicilia, lo hacen
empujados no solo de la guerra civil que desde el 2011 no ha dado una hora de
paz al pueblo del Coronel Mohammed Gadaffi, sino también huyendo de la falta
absoluta de perspectivas de futuro.
Además de libios al puerto de
Misrata llegan otros miles, en su mayoría, de países de África occidental como
Nigeria, Mauritania, Ghana, Guinea, Costa de Marfil, Gambia, Senegal, Beni,
Togo o Camerún o de países vecinos a Libia como Níger o el Chad. Que tras un
recorrido terrestre de más de tres mil kilómetros, en los que son sometidos a
las extorciones de las guardia fronterizas de Argelia, Túnez o Mali, además de
sortear bandas de al-Qaeda o Estado Islámico como Ansar al-Dine (Seguidores de
la fe), que secuestran a los hombres para incorporarlos a sus filas y a las
mujeres para esclavizar o venderlas. Para sortear ese destino caen en manos de
traficantes de personas que los esquilman y en muchos casos los abandona en
pleno desierto.
A pesar de todo, la cifra de
personas que hoy esperan en Libia para embarcar rumbo a Europa se aproxima a
los 500 mil y nada hace suponer que ese flujo disminuirá alguna vez.
Muchos refugiados de Etiopia,
Sudán de Sur, Sudán, República Centroafricana, Kenia, Somalia o Eritrea están
intentado hacerlo desde el puerto de Tobruk, a escasos 50 kilómetros de la
frontera egipcia, como en el último naufragio.
El muro balcánico
A pesar la claudicación europea
frente al presidente turco Recep Tayyip Erdoğan, al aceptar sus extorsiones y
cobrar un altísimo precio por contener a los refugiados sirios, iraquíes y
afganos, que desde los puertos turcos pretendían llegar a Grecia, el flujo de
refugiados sigue. Si bien se ha detenido en parte, solo es cuestión de tiempo
para que encuentren otras vías para alcanzar su meta: la Europa blanca,
Alemania, Austria, Suecia y en menor escala Francia y Gran Bretaña.
Desde el 20 de marzo en que se
puso en marcha el trato con Erdogan, ha mermando en mucho la llegada de
refugiados a Grecia. Durante marzo habían llegado solo unos 27 mil refugiados,
a diferencia de los más de 70 mil que lo hicieron durante febrero. Por lo que
los arribos a Italia se duplicaron, con cerca de 10 mil personas, a comparación
con febrero, según la agencia europea de control fronterizo Frontex.
La mayoría de ellos son
ciudadanos sirios, afganos e iraquíes, al contrario de lo habitual en las
costas italianas a la que llegan casi exclusivamente desde los países
africanos.
Este cambio de punto de arribo no
solo se debe a las presiones del gobierno turco, sino por el cierre absoluto de
las fronteras en los países balcánicos armando un verdadero muro para los
refugiados y para no quedar encerrados en Grecia, donde ya hay cerca de 70 mil
refugiados, intentan hacerlo por Italia.
Grecia se ha convertido en una
verdadera ratonera para refugiados, Atenas solo atina a hacinarlos en campos
como los de Idomeni donde cerca de 15 mil refugiados están atrapados, y donde
cada tanto son reprimidos por las fuerzas de seguridad de Macedonia con gases y
balas de goma para contrarrestar los intentos de los refugiados de filtrarse.
Según Frontex, hasta el 20 de
marzo habían llegado 22.900 personas, mientras que en los últimos once días del
mes de marzo la cifra fue de 3.500.
Erdogan, a su vez, ha cerrados
las fronteras con Siria, donde esperan por pasar a Turquía unos 120 mil sirios
atrapados entre el ejército turco y Estado Islámico.
En Turquía ya se registran unos
dos millones y medios de sirios, que no solo no pueden seguir rumbo a Europa,
sino que están empezando a ser devueltos a su país a pesar de los riesgos que
los pudieran esperar, violando todos sus derechos, a lo que la Unión Europea responde
con silencio, mirando a un costado y dejando hacer a Erdogan, que se ha
convertido en el gendarme mejor pagado del mundo.
Los 500 nuevos muertos en el
último gran naufragio del Mediterráneo, que recién el miércoles 19 acabamos de
conocer, son solo un episodio más de un naufragio mayor, el de la moral
europea.
Extraído de aquí.