Reflexionar sobre las modalidades
específicas de construcción del objeto «inmigración» por parte de esos discursos
sociales no agota otras posibilidades interpretativas. Sin embargo, pueden
identificarse con claridad dos matrices discursivas socialmente mayoritarias:
1) la que significa la inmigración como “amenaza”, no sólo en un nivel laboral sino
también en un plano identitario y securitario y 2) la que la asocia a
“situaciones de extrema vulnerabilidad”, especialmente de aquellos que
categoriza como “sin papeles”. En lo subsiguiente, me referiré a la primera
matriz como «discurso de la hostilidad» y a la segunda como «discurso de la
caridad». Desde luego, podrían identificarse otras variantes, como las que se
articulan en la literatura moderna, relacionadas a lo que Edward Said ha
estudiado de forma magistral en su Orientalismo
(1); en particular, la que conduce a la exotización de las diferencias.
En la actualidad, sin embargo, semejante «discurso exotista» de forma creciente
resulta minado por la fijación del Otro en tanto encarnación de una amenaza
global.
En última instancia, tanto el
discurso de la hostilidad como el discurso de la caridad constituyen variantes
de un patrón hegemónico, no obstante los
énfasis contrarios que sugieren. A pesar que en el primer caso la asimetría
produce un rechazo más o menos encubierto y en el segundo cierta indulgencia, «hostilidad»
y «caridad» son posiciones que fijan a los otros en una relación esencialmente asimétrica.
La desigualdad persiste como punto en común incuestionable. Se trata, pues, de
una oposición que comparte lo decisivo: el Otro está en una posición de
inferioridad insalvable con respecto al propio grupo. El etnocentrismo se
mantiene en ambas matrices, aunque la primera es más proclive a un giro abiertamente xenófobo y racista y la
segunda a un giro solidario.
Puesto que estas construcciones de
sentido no están exentas de ambigüedades, a menudo se enlazan como momentos diferenciales de una misma
práctica discursiva, como ocurre de forma regular en las intervenciones
mediáticas. Por poner un caso: un mismo sujeto puede ser representado,
simultáneamente, como “inmigrante ilegal” y “víctima del tráfico” (2). Que un
mismo destinatario pueda mantener identificaciones inestables con respecto a
esos discursos reafirma su coexistencia efectiva
-antes que una simple incompatibilidad lógica- que, en principio, da cuenta
de la ambivalencia social que se
produce en torno a los fenómenos migratorios.
El punto de partida, en ambos
casos, sería coincidente: la sobreproducción de imágenes estereotipadas por
parte de los discursos hegemónicos, consolidando prejuicios que, incluso si
fueran producto del mero desconocimiento, contribuyen a la consolidación social
del racismo, la xenofobia y otras formas de discriminación (islamofobia,
gitanofobia, antisemitismo, sexismo, homofobia, entre otras). Dicho de forma
taxativa: la producción de estereotipos favorece la mitología que la derecha partidaria
(3) utiliza como estrategia política, especialmente entre los sectores sociales
más afectados por la crisis de oportunidades. La resultante es la creación de una
estructura de desconocimiento con
respecto a la alteridad, sostenida sobre percepciones sesgadas.
Para ilustrar lo dicho apelando a
un ejemplo en el ámbito laboral: es un tópico sostener que el grado de
cualificación de una “persona inmigrante” es inferior al de un trabajador
español. La información oficial disponible -aportada tanto por el INE como por
Euroestat- permite refutar semejante percepción (4). El nivel de cualificación
de la población extranjera, aunque variable según la procedencia, en términos
estadísticos es similar al de la población autóctona. Sin embargo, la sobrecualificación se duplica con respecto a la población
nacional. Si bien cabe suponer la existencia de otros factores intervinientes, la
eficacia simbólica de este tipo de prejuicios en los procesos de selección y
contratación laboral resulta manifiesta: consolida el confinamiento sectorial que afecta a una amplia mayoría de personas
inmigrantes y refugiadas (aproximadamente el 80 % según el SEPE), esto es, su
reclusión dentro de unos pocos sectores subcualificados (agricultura y pesca,
servicio doméstico y cuidado de personas, servicios de hostelería,
construcción, industria y comercio), en posiciones subalternas. La marginación
laboral de estos colectivos queda reasegurada mediante la representación ilusoria
de la propia superioridad.
La producción de prejuicios, sin
embargo, dista de limitarse a esta forma simple de desconocimiento. De forma
regular, son producto deliberado de los
partidos y movimientos de (ultra)derecha: plantear la inmigración como una
“invasión” o una “amenaza” laboral (cuando no como “amenaza” cultural y
securitaria), creando condiciones sociales más adversas todavía (5). Por
circunscribirme a las primeras dos variantes de este planteamiento, también en esos
planos la información estadística disponible permite desmontar semejantes construcciones:
desde 2012 asistimos a un cambio de ciclo migratorio -en este caso de carácter
negativo (6)- que niega rotundamente cualquier presunta “invasión”. Asimismo, los
puestos de trabajo que ocupan los trabajadores españoles no son equivalentes
(en calidad, temporalidad, jerarquía, nivel salarial y condiciones
contractuales) a los que ocupan los trabajadores inmigrados, sin contar con la
tasa de desempleo mayor que afecta a la población foránea (concretamente, 12%
más): según la EPA, la tasa de paro de la población extranjera es del 34,14%,
es decir, 11 puntos más que la de las personas de nacionalidad española
(23,11%) [7]. Por lo demás, siguiendo los Informes anuales de “Inmigración y
mercado de trabajo” (dependiente del Ministerio de Empleo y Seguridad Social),
la tendencia es inequívoca: los puestos que se destruyen para trabajadores
nacionales no son accesibles para los inmigrantes. La idea de “amenaza”
laboral, por tanto, tiene una base endeble.
La cuestión, sin embargo, no se
resuelve en un plano informacional o cognoscitivo. En términos amplios, si el «discurso
de la hostilidad» constituye una respuesta defensiva ante la precarización de la vida, la mitología
segregadora de la que se nutre constituye una apelación directa al miedo y,
correlativamente, encarna una falsa promesa de protección. Su eficacia simbólica no está ligada a la validez racional de sus
argumentos, sino a la adhesión que
suscita entre grupos sociales afectados por condiciones económicas y sociales
paupérrimas, comenzando por el paro, la pobreza y la marginación sistémica, así
como por el deterioro acelerado del estado de bienestar y la reducción drástica
de las prestaciones sociales.
En síntesis, si por una parte el
discurso de la hostilidad estigmatiza al Otro, por otra parte, el discurso de
la caridad lo reduce a la mera “indefensión” (como ocurre con las imágenes
dramáticas de inmigrantes saltando las vallas de Ceuta y Melilla). La
amplificación de semejantes imágenes, sin embargo, omite algo fundamental: que
en España residen más de cuatro millones y medio de personas inmigrantes y
refugiadas en situación regular para los que no vale esta representación tópica
(8). Por lo demás, si bien la tasa de pobreza se incrementa en la población
inmigrada al punto de afectar a más del 40 % de la población extracomunitaria
(duplicando la tasa de pobreza de la población española [9]), la homogeneización
de la realidad migratoria por parte de este discurso desconoce una situación
socioeconómica mucho más heterogénea. Complementariamente, ambas construcciones
simbólicas de la «inmigración» ponen en juego efectos materiales graves, aunque
diferenciables, manteniendo al Otro a distancia, esto es, taponando su reconocimiento efectivo como sujeto
semejante.
Insistir en que la historia de las migraciones se escribe en
plural sigue siendo insuficiente.
Una perspectiva crítica no tiene por qué limitarse a la crítica de un
imaginario etnocéntrico. Su objetivo es, en última instancia, contribuir a la
construcción de una política
emancipatoria, lo que implica transformar el sistema hegemónico de valores,
significaciones y prácticas sociales, marcadas por un individualismo hedonista que
se desentiende del bienestar de los otros y termina defendiendo unos
privilegios (institucionales y económicos) que minan la «igualdad» formalmente proclamada.
Toda política de mutuo
reconocimiento seguirá siendo una simple declaración bienintencionada mientras
no se materialice como «sociedad intercultural» efectiva. Al multiculturalismo
de los guetos cabe contraponer la inclusión intercultural de los otros, esto
es, la construcción de espacios comunes de participación y decisión de sujetos
culturales diversos. Dicho de otra manera: no hay interculturalidad posible sin
la reconfiguración de la trama de relaciones de poder que constituyen una
formación social.
Del mismo modo en que la
estigmatización/ borrado de los procesos migratorios es efecto de unos
discursos sociales persistentes, el reconocimiento de los migrantes y
refugiados (no sólo como trabajadores sino también en tanto ciudadanos y
agentes culturales) es producto de un trabajo simbólico colectivo, relacionado
a la reivindicación efectiva de una sociedad democrática y plural. Lo dicho
implica, por tanto, que la construcción de un «discurso de la solidaridad»
siempre es algo más y distinto a la formulación de unos principios filosóficos
generales. Para tener alguna eficacia material, depende de múltiples
instituciones y prácticas en las que participamos.
En este sentido, el movimiento es
doble. En primer término, necesitamos partir de una crítica al tejido de
categorías mediante las que damos inteligibilidad a estos fenómenos migratorios
(determinados por condiciones no sólo económicas sino también políticas,
culturales, familiares y personales). Para decirlo de otra manera: si los estigmas de la identidad se transforman
en muros reales -negación de ayudas, discriminación laboral, violencia e
insultos racistas, privación de derechos fundamentales, dificultad para acceder
a espacios institucionales, etc.- es parte de nuestra responsabilidad política elaborar
un discurso que interprete esas identidades diaspóricas desde un imaginario
intercultural, capaz de favorecer la inclusión de los otros en igualdad de
condiciones. Forma parte de la democratización de una sociedad cuestionar las categorías
que ordenan el campo social de forma uniforme, como ocurre con las claves de pertenencia
nacional. Apenas si es preciso insistir en que ninguna nacionalidad supone de
por sí la desaparición de las desigualdades de género, de clase u otras
equivalentes. Demasiado a menudo se omite en el análisis que la discriminación
comienza por el «lenguaje», construyendo categorías jerárquicas entre los seres
humanos.
Sin embargo, y en segundo lugar,
un discurso antidiscriminatorio, no debería pasar de puntillas por una «crítica
institucional» sistemática, imprescindible si lo que se pretende es cambiar el mundo social y no sólo interpretarlo. En suma, la creación de
solidaridad debe ser, asimismo, un llamado a subvertir cierta «clausura
institucional» propia de nuestras sociedades y las regulaciones jurídicas que
la sostienen. Sin esa crítica, todo proyecto intercultural no pasa de una
declaración políticamente correcta. Hay un largo camino para que la cuestión migratoria
sea cada vez más pensada como la posibilidad misma de crear una apertura hacia
los otros. Que esa política de apertura nos resulte lejana da cuenta de la
magnitud del trabajo que tenemos por delante.
Arturo Borra
(1)
SAID, Edward (2003): Orientalismo, Debolsillo,
Madrid.
(2)
Aunque no puedo en este contexto hacer un análisis sistemático de la cuestión,
a modo de ejemplo, es pertinente recuperar algunos titulares de prensa,
especialmente elocuentes: “Rutas de inmigración ilegal hacia España” (“El
País”, 17/03/2014, en http://elpais.com/elpais/2014/03/17/media/1395083592_131640.html), o “Rescatados en el Estrecho 835 inmigrantes,
entre ellos 30 menores” (“El País”,
12/08/2014, en http://politica.elpais.com/politica/2014/08/12/actualidad/1407829246_971909.html),
donde el periódico hace alusión a una “avalancha de inmigrantes” (sic). El periódico “El Mundo” apela a titulares
similares: “Melilla, puerta de la inmigración ilegal más allá de la valla”
(8/12/2013, en http://www.elmundo.es/espana/2013/12/08/52a453320ab740b7768b4580.html)
o “270 detenidos en la operación contra la inmigración ilegal” (“El Mundo”,
8/09/2014, en http://www.elmundo.es/andalucia/2014/09/08/540ded14ca4741f2688b4591.html).
(3)
La frontera entre partidos de ultraderecha (como España 2000, Democracia
Nacional, Coalición Valenciana, Falange Española o Alternativa Española, entre
otros) y partidos de derecha es borrosa: el giro represivo del PP en materia de
migraciones (especialmente, de carácter irregular) comparte puntos
significativos con la ultraderecha, incluso cuando sus declaraciones
institucionales no son, en general, abiertamente
racistas y xenófobas.
(4)
He desarrollado esta cuestión en extenso en “La discriminación en el mercado
laboral español. Crisis capitalista y dualización social”, en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=133998
y “La ley de la discriminación. Migración y mercados de trabajo en España” en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=167293.
(5)
Según el informe de OBERATXE, “Evolución del racismo y la xenofobia y otras
formas conexas de intolerancia en España” (Subdirección General de Información
Administrativa y Publicaciones, Madrid, 2013, pág. 31), el 72% de la población
española considera “elevado” (33 %) o “excesivo” (39 %) el número de
inmigrantes en España, mientras que sólo el 23% considera que el número es
“aceptable” y el 1% “insuficiente”. Además, el 40 está o “muy de acuerdo” o
“más bien de acuerdo” con que un extranjero que sea parado de larga duración
sea expulsado del país y un 47% (contra un 48% que piensa lo contrario) que los
españoles deben tener preferencia en el acceso a la atención sanitaria.
Asimismo, un 66 % de la población considera “muy aceptable” o “bastante
aceptable” que a la hora de contratar un trabajador, tenga preferencia un
español antes que un inmigrante.
(6)
“La población de España disminuyó en 220.130 personas durante 2013 y se situó
en 46.507.760 habitantes a 1 de enero de 2014” (“Estadística de migraciones”, INE,
2014), en http://www.ine.es/prensa/np854.pdf.
Por su parte, la inmigración se redujo en un 4,3%, con un saldo migratorio
negativo de 256.849 personas. En lo que
atañe a la inmigración en situación irregular, es el propio Ministerio del
Interior quien afirma, en referencia a 2013: “Durante el año
pasado llegaron a las costas españolas 3.237 inmigrantes irregulares frente a
los 3.804 que lo hicieron en 2012, lo que supone un descenso del 15%” (en http://www.interior.gob.es/web/interior/prensa/noticias/-/asset_publisher/GHU8Ap6ztgsg/content/id/1915582).
El alarmismo mediático, sin embargo, hace suponer más bien lo contrario, sin
contar además que la proporción de inmigración africana que cruza el estrecho o
las vallas de Ceuta y Melilla es ínfima (en 2013, unas 7000 personas), mientras que las repatriaciones ese mismo
año contabilizan un total de 23.889 personas. Si bien es cierto que esos flujos se han incrementado notablemente en
2014 (aprox. 130 %), siguen representando una proporción minoritaria del total.
(8)
Ver “Estadística de migraciones”, INE, 2014, en http://www.ine.es/prensa/np854.pdf.
Por lo demás, se estima que más de medio millón de personas están en situación
irregular (http://www.parainmigrantes.info/la-situacion-sanitaria-de-los-inmigrantes-en-situacion-irregular-368/)
(9)
Los datos pertenecen al INE (2013), en http://www.ine.es/prensa/np740.pdf.