¿Por qué la geografía tomó un rol
protagónico en la crítica al modelo económico y social?
Ocurre que hoy en día muchas
ciudades del mundo están desarrollando comunidades aisladas, limitando espacios
y paisajes en función de las clases sociales, con un ímpetu muy difícil de
contrarrestar. El estudio de la producción de espacios, entonces, es un prisma
de observación para entender cómo se están segregando las clases sociales entre
sí.
¿Y por qué la crítica a esa
segregación urbana se transforma en una crítica al capitalismo como tal?
Porque la estructura de la ciudad
es el producto de la dinámica capitalista. Parte del problema proviene de la
acumulación de capital en las ciudades, que funcionan como fuentes de
producción de dinero. Esa enorme acumulación de capital, como necesita
rentabilizarse, se vuelca hacia inversiones en la producción de espacios
urbanos, la construcción de condominios y de estructuras de gran escala, que
luego, a su vez, se transforman en la estructura de clases, en la forma que
toman las ciudades. Construir en la ciudad es un negocio muy rentable, pero el
tipo de construcción más rentable está destinado a los estratos socioeconómicos
altos. Entonces se construyen condominios exclusivos para la gente rica, y
simultáneamente se reduce la inversión en viviendas asequibles a la población
pobre.
¿La segregación espacial es una
causa de la pobreza, o simplemente su consecuencia?
Si miras cuidadosamente, los
barrios segregados suelen tener problemas de acceso a los colegios, los
servicios de salud son pésimos, el sistema de recolección de basura no funciona
bien y la gente vive en un entorno urbano desastroso; hay mucha cesantía y una
de las pocas maneras de ganar dinero es entrando al negocio de la droga.
Entonces lo que ocurre ahí es que el modelo de pobreza se replica por la
segregación de esta comunidad en una zona de la ciudad donde las oportunidades
para surgir son muy restringidas, porque no hay servicios adecuados.
Este enfoque territorial, ¿le
abre una nueva perspectiva de acción al marxismo?
El marxismo es una metodología de
estudio con la que se puede mirar los procesos sociales, no es una ideología. Y
articular un nuevo enfoque territorial para el marxismo es mostrar como la
reproducción de las clases sociales, de la segregación, de la discriminación
étnica, son parte de la manera en que la ciudad está organizada. Cómo la vida
diaria de los diferentes grupos de personas está ocurriendo en circunstancias
radicalmente distintas. Si muestras eso, estás diciendo que para erradicar las
distinciones de clase y superar la segregación hay que reorganizar la ciudad
desde líneas más democráticas.
Y desde esa lectura marxista de
lo urbano, ¿cómo se define o se identifica al “proletariado” en el contexto
actual?
El proletariado se organizó
tradicionalmente en barrios de clase obrera y desde ahí generó redes políticas
muy fuertes, porque hay formas de solidaridad que permiten construir bases para
el activismo político. Pero es cierto que esa organización tradicional se ha
transformado por el cambio en la estructura del empleo, que ha destruido la
noción de lo que es el proletariado. Hoy no está claro qué significa.
¿Cómo crees que ha influido la
construcción de viviendas sociales en las condiciones de vida de esa clase
obrera?
La tendencia a la construcción de
viviendas sociales ha disminuido.
En Chile se construyen a gran
escala.
Sí, pero la definición original
de “vivienda social” apuntaba a la integración de clases. Alguna vez el Estado
se encargó de la construcción de viviendas para la clase obrera integradas al
desarrollo urbano. Hoy esas personas han sido recluidas y dejadas fuera de las
ciudades, lo que está ocurriendo de manera global. Eso es una grave crisis
social y punto. Y que las sociedades no estén enfrentando ese fenómeno,
probablemente se transformará en una gran fuente de descontento social.
¿Pero qué debe hacer el Estado,
frente a la demanda por viviendas de la población, si construir viviendas
sociales en la periferia es más barato y más rápido?
Se ha vuelto extremadamente
difícil encontrar locaciones adecuadas para la gente, cerca de las fuentes de
empleo. Porque la clase social terrateniente, los dueños de inmobiliarias,
están enfocados en maximizar la renta, por lo tanto los precios dentro de las
ciudades han ido creciendo y es imposible introducir ahí viviendas sociales,
generándose nuevamente una estructura de segregación social.
En tu libro El Derecho a la
Ciudad dices que el capital le ha quitado a la gente ese derecho. ¿Pero alguna
vez tuvieron ese “derecho a la ciudad” las clases bajas?
Hubo épocas en que tuvieron más
derecho a la ciudad que ahora. Estamos viendo toda clase de disturbios urbanos
producto de la falta de ese derecho. En Brasil la gente salió a las calles
porque el dinero se estaba usando para construir estadios de fútbol y no en
educación ni salud, lo que realmente necesitan. Lo mismo está ocurriendo en
Turquía, son movimientos de las ciudades que expresan la rabia popular y la
frustración que produce la mala calidad de vida. Y en la medida que los poderes
políticos sigan sin escuchar esas demandas, seguiremos viendo más disturbios y
manifestaciones. Ustedes en Chile tuvieron una buena cuota de protestas
recientemente.
¿Pero cómo se puede lograr, en
los hechos, una reorganización del modelo de ciudad?
Sabemos que, globalmente, unas
pocas miles de personas controlan el mundo. Individuos que están en posición de
dictar pautas a los gobiernos, de poseer medios de comunicación e instituciones
financieras. Eso deriva en una concentración inmensa de poder de clases. En
Estados Unidos existe una especie de corrupción legal de los procesos políticos
por parte del poder de grandes capitales y necesitamos lidiar con eso, luchar
contra eso. Luchar contra el hecho de que no haya límites para las
contribuciones a las campañas políticas, lo que permite a unos pocos
individuos, simplemente por su dinero, dictar no solo políticas locales sino a
nivel global. No podemos tomar cartas en asuntos como el cambio climático
porque unos pocos individuos no creen en él o no les interesa, y ellos son los
dueños de la toma de decisiones en el Congreso.
¿Y cómo se actualiza, desde ese
análisis, el concepto de “revolución”?
Creo que sería un error entender
una revolución como un proceso violento. Yo prefiero entenderlo como un proceso
de transformación, basado en movimientos sociales orientados a reconfigurar la
vida urbana. Ha habido movimientos con ese objetivo en el pasado. Estados
Unidos vivía en los años 60 una segregación racial muy intensa y hubo un gran
movimiento para contrarrestarla, la mayoría de la gente estuvo de acuerdo con
que debía hacerse algo. Y aunque sigue habiendo segregación racial, creo que
los grupos afectados dirían que están mejor ahora que antes. Desde esa
perspectiva, lo que ocurrió fue precisamente una revolución urbana, un
movimiento activo por los derechos civiles que desafió una institucionalidad
que fomentaba la segregación y que consiguió la integración urbana de muchas
comunidades afroamericanas, tanto en la vida social como económica.
¿No suele ocurrir que las
propuestas alternativas de políticas urbanas parten desde escenarios demasiados
utópicos y por eso no pueden competir en el debate público?
Creo que un poco de pensamiento
utópico es algo positivo. Debemos poder imaginar cómo se vería un mundo mejor,
desde ahí se puede participar en actividades políticas que persigan esos
ideales. De otra forma, ¿qué podemos hacer? Nos sentamos y decimos que nada es
posible, ante la falta de imaginación y de voluntad política. Siempre ha sido
la imaginación la herramienta para moldear el mundo, para pensar nuevas
arquitecturas, nuevos espacios. Un poco de pensamiento utópico dentro de esa
tónica es inevitable y muy sano.
¿Cuáles son tus pensamientos
utópicos?
Por ejemplo, me gustaría ver un
mundo en que haya un sistema de reciclaje urbano total, de agricultura urbana,
que existan suministros de alimentos al interior de las ciudades. No estoy
diciendo que eso vaya a solucionar todos los problemas, pero sí iría mucho más
allá de las técnicas de reciclaje orgánico. La creación de pequeños sectores de
jardinería urbana serían, sin duda, altamente productivos para individuos que
necesitan suministros de alimentos.
Está en boga la idea de producir
cambios a escala local, ¿son suficientes, o un cambio real solo se puede lograr
cambiando la estructura total?
Creo que los cambios políticos
deben operar en una variedad de escalas, no se puede lograr cambios solamente
desde lo local. A los geógrafos nos gusta ocupar el concepto del “salto de
escalas” de los procesos políticos, lo que significa que debes moverte desde
una visión local a una metropolitana, desde una visión metropolitana a una
nacional y solo cuando un proceso político ocurre simultáneamente en distintas
escalas, podemos esperar que las cosas cambien. Es un principio muy importante,
porque mucha gente de izquierda está pensando que los cambios locales son lo
único que importa.
¿Qué te parecen las “aldeas
ecológicas” que intentan autogestionar modelos de convivencia donde no rijan
las reglas del capitalismo?
Se están haciendo muchos
experimentos de ese tipo, creo que todos son positivos y deberían probarse. La
autogestión es aquí un principio fundamental, porque hay aspectos colectivos en
la toma de decisiones que pueden permitirle a una población coexistir en un
ambiente decente. Pero volvemos al punto: ¿cómo haces el salto de escala? Hay
comunidades capaces de reproducirse fuera de la dinámica del capitalismo, pero
cómo llevas eso a una escala en que, por ejemplo, toda una ciudad o país pueda
hacer lo mismo.
¿Crees que a la sociedad le falta
imaginación?
Ha habido períodos históricos en
que la imaginación floreció enormemente, pero creo que no estamos en una de
esas épocas. Más bien tengo la sensación de que la gente no quiere pensar en
cosas distintas pues consideran muy improbable que ocurran. No creen en su
capacidad de crear un futuro distinto, por eso en este momento no existe una
imagen de cómo se debiese ver una sociedad buena y por lo tanto tampoco se ven
soluciones reales para problemas como la segregación.
Tú dices que ese cambio necesita
movimientos sociales fuertes. ¿Qué debiesen pedir hoy esos movimientos?
Eso lo tiene que decidir la
gente. Ni en sueños trataría de dictarle a los movimientos sociales qué es lo
que debiesen intentar conseguir. Pero no creo que se trate de “pedir” nada,
sino de perseguir aquello que les corresponde por derecho.
Y al revés, ¿qué puede hacer el
poder político, el Estado, para atender esa demanda y contrarrestar la dinámica
del mercado?
Primero tendría que ocurrir una
redistribución del poder político, económico y cultural, teniendo como base la
idea de igualdad. La evidencia en nuestros tiempos es que los gobiernos
dominados por los intereses de las clases capitalistas reaccionan sin compasión
y, a menudo, recurren a la fuerza y la militarización, en lugar de tratar de
ayudar a satisfacer las necesidades de la gente. Por eso que creo que los
movimientos sociales tienen que, en algún momento, hacer incursiones en el
control del aparato estatal.
*Presentación el 8/11 en Escuela
de Derecho de la Universidad de Valparaíso /