La
centralidad de los medios de comunicación en las sociedades del presente es manifiesta.
En particular, los discursos informativos modelizan a nivel simbólico las realidades
a las que refieren mediante ciertos reenvíos semánticos. Contrariamente a la
representación común de la práctica periodística como simple reflejo especular –más
o menos “distorsionado”- de una realidad predeterminada (lo que suele llamarse de
forma ingenua «objetividad»), el trabajo periodístico es, ante todo, una
actividad interpretativa que se apoya en informaciones que de forma regular no
está en condiciones de contrastar de forma directa. Abogar por una reflexión
crítica sobre los resultados de estas prácticas permite interrogar la calidad
informativa de cierta producción periodística; en particular, de algunos medios
de prensa nacionales. Antes que un simple llamado a la responsabilidad
ético-profesional, es esa reflexión crítica lo que permite promover prácticas
acordes a valores y derechos democráticos que, como servicio público, es
legítimo reclamar a dichos medios, comenzando por el derecho a una información
veraz y plural, contrastada con diversas fuentes informativas.
En ese contexto,
mi propósito no es dar cuenta de la «realidad» de las migraciones y los
desplazamientos forzados en España, sino reconstruir de forma exploratoria, no
sistemática, el modo en que los discursos informativos dominantes significan
dicha realidad efectiva, reafirmando un imaginario europeo en torno a los
“otros” que incurre de forma regular en imágenes estereotipadas que dificultan
la percepción de esos otros como semejantes. Para avanzar en dicha
reconstrucción, es plausible partir de la siguiente hipótesis crítica: las construcciones mediáticas dominantes
significan los fenómenos migratorios y de desplazamiento forzado como una
realidad homogénea, simple y unidimensional, desconociendo diferencias
fundamentales no sólo entre personas refugiadas, solicitantes de asilo y
migrantes sino también entre sujetos migrantes distintos. Semejante
indistinción no sólo dificulta el conocimiento de las realidades específicas
que marcan estos procesos, sino que obstruye intervenciones diferenciales que
permitan gestionar sus problemáticas concretas.
La reflexión sobre el modo en que los medios significan estos
términos, en contextos discursivos específicos, permite identificar dos variantes
predominantes: 1) la que significa estos fenómenos como una “amenaza” para
Europa, no sólo en un plano laboral sino también en el plano de las identidades
y de la seguridad, y 2) la que los asocia a “situaciones de extrema
vulnerabilidad”, especialmente con respecto a aquellos colectivos que
categoriza como “sin papeles”, “desplazados” o “refugiados” –a menudo
confundidos entre sí-. En lo subsiguiente, me referiré a la primera variante como
«discurso de la hostilidad» y a la segunda variante como «discurso de la
caridad» (1).
Siguiendo esta hipótesis, ambos discursos constituyen
variantes de un mismo patrón hegemónico,
no obstante los énfasis contrarios que sugieren: mientras que en el primer caso
la asimetría incita a un rechazo hacia los colectivos en cuestión, en el
segundo caso alienta cierta indulgencia hacia ellos. No obstante, «hostilidad»
y «caridad» son posiciones que fijan a los otros en una relación esencialmente
asimétrica. La desigualdad persiste como punto en común incuestionable. Se
trata, así, de una oposición que comparte un mismo presupuesto: el Otro está en
una posición de inferioridad insalvable con respecto al propio grupo. Aunque es
previsible que en sus versiones más polarizadas estas variantes discursivas se
excluyan mutuamente, de forma regular aparecen como momentos internos de un
mismo discurso informativo: un sujeto puede ser representado como “ilegal” a la
vez que como “víctima”.
Para ilustrar lo dicho es pertinente utilizar algunos
ejemplos recientes de los dos periódicos de mayor tirada en España, en
particular, “El País” y “El Mundo”. Si bien no se trata de un estudio exhaustivo
y constituye una primera aproximación a la problemática (prescindiendo incluso
de elementos paratextuales, cotextuales y contextuales que sería preciso
incluir en un análisis sistemático), permite reconocer algunas tendencias significativas
que pueden corroborarse de forma retrospectiva.
Arturo Borra
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