En algunos países existe una
verdadera crisis de refugiados. En Líbano, por ejemplo, donde al menos un
cuarto de la población consiste en refugiados de Siria,han recibido esta ola
de gente desesperada después de otra que les había llegado desde Palestina y
desde Irak. Otros países de la región, pobres y golpeados por los conflictos,
también han debido dar refugio a inmensas cantidades de personas. Entre ellos
Jordania y la misma Siria, antes de que se hundiese en un suicidio colectivo.
Sin embargo, los países que han
sobrevivido a la crisis de los refugiados no son aquellos que han tenido alguna
responsabilidad en la creación de la crisis. El actual fenómeno de los
refugiados es, en gran medida, consecuencia de las acciones de los países ricos
y poderosos, esos mismos que ahora llorisquean por el terrible peso que les
producen unas pocas víctimas de la miseria, a los que fácilmente podrían echar
una mano abriéndole las puertas.
La conocida invasión de Irak por
parte de Estados Unidos y Gran Bretaña produjo el desplazamiento de cuatro
millones de seres humanos, de los cuales la mitad huyó a los países vecinos.
Los iraquíes continúan huyendo de su propio país, un país que ahora es uno de
los más miserables sobre la Tierra después de una década de sanciones
criminales seguidas de la masacre de los ricos y poderosos que devastaron y
arruinaron el país y, por si fuese poco, iniciaron un conflicto sectario que
ahora está destrozando el país y la región en mil pedazos.
No hay necesidad de volver a
revisar el conocido rol que jugó Europa en África, que es de donde provienen
las otras olas de refugiados, los que ahora deben pasar por el embudo creado
por los bombardeos de Francia, Gran Bretaña y Estaos Unidos sobre Libia,
acciones que no solo destruyeron el país sino que además lo dejó en las manos
de milicias que ahora se combaten unas a otras.
Tampoco es necesario volver a
recordar el historial de Estados Unidos en América Central, el que produjo
terroríficas cámaras de exterminación de las cuales la gente ha intentado
escapar desesperada, uniéndose ahora también a las victimas mexicanas del
Tratado de Libre Comercio que virtualmente destruyó la agricultura en ese país,
haciéndola inviable en una abierta competencia con la producción de los
conglomerados agrícolas estadounidenses, fuertemente subsidiados por el
gobierno federal.
La reacción de uno de los ricos y
poderosos, Estados Unidos, es presionar a México para mantener alejadas de su
frontera a sus propias víctimas, enviándolas de regreso sin misericordia, en
aquellos casos en que la víctimas logran evadir los controles. La reacción del
otro rico y poderoso, la Unión Europea, consiste en chantajear y presionar a
Turquía para que mantenga a los sobrevivientes lejos de su fronteras y arree
como ganado aquellos que logren escapar del horror hacia campamentos donde son
tratados con brutalidad.
Entre los ciudadanos hay honrosas
excepciones. Sin embargo, la reacción de los gobiernos es una desgracia
inmoral, aun dejando de lado sus responsabilidades en la creación de las
circunstancias que han llevado a toda esa gente a huir de sus tierras para
salvar sus vidas.
Toda esta vergüenza no es algo
nuevo. Basta con considerar solo el caso de Estados Unidos, el país más
poderoso y privilegiado de la tierra, rodeado de ventajas incomparables. A lo
largo de su historia les dio la bienvenida a los refugiados europeos para que
se asentaran en sus tierras, aquellas tierras que antes habían sido tomadas con
brutalidad, eliminando a las naciones nativas que antes las ocupaban. Todo eso
cambió con la ley de inmigración de 1924, diseñada para excluir a judíos e
italianos. No es necesario entrar en detalles. Aún después de la guerra, se les
negó la entrada a aquellos sobrevivientes que todavía permanecían en campos de
concentración. Ahora los gitanos están siendo expulsados de Francia hacia
condiciones desesperantes en la Europa del Este, es decir, están expulsando a
los descendientes de las víctimas del holocausto, si es que a alguien le
importa.
La vergüenza persiste y no tiene
límites. Sin duda, el tiempo para ponerle un punto final a todo eso ha llegado,
sin el cual no podremos nunca alcanzar un mínimo de decencia y de civilización.
Noam Chomsky es profesor emérito de
lingüística y filosofía en el Instituto Tecnológico de Massachusetts en
Cambridge.
Traducción de Jorge Majfud
Extraído de aquí.
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