martes, 20 de enero de 2015

«Seis metros»


Ajeno a los espacios de placidez donde solemos refugiarnos, de forma cada vez más visible, persiste un mundo sangrante, rasgado por lo injusto. No todo se agota en una interioridad esférica, perfecta, fuera del daño, entregada a un goce mortífero cuando se cierra sobre sí misma, como una mónada indiferente a los demás. Me niego a eludir esas otras referencias centrales que horadan nuestra complacencia. Seguramente uno responde mal a la exigencia ética de no desentenderse de todo ese dolor anónimo. Mil veces no estaremos a la altura de esa exigencia. Pero aun así, somos mucho/as los que no nos contentamos con fingir que todo eso no existe, que “todo marcha bien”. Algo va hacia el desastre. Lo estamos llevando ahí, arrastrando a tantos. Eso no es erigirse en portavoz del Otro. Nadie puede instalarse ahí como no sea con una secreta vocación mesiánica. Y, sin embargo, los otros existen. Sufren. Mueren. Aquí un pequeño recordatorio de algunos de ellos...

 

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