Ajeno a los espacios de placidez
donde solemos refugiarnos, de forma cada vez más visible, persiste un mundo
sangrante, rasgado por lo injusto. No todo se agota en una interioridad
esférica, perfecta, fuera del daño, entregada a un goce mortífero cuando se
cierra sobre sí misma, como una mónada indiferente a los demás. Me niego a
eludir esas otras referencias centrales que horadan nuestra complacencia.
Seguramente uno responde mal a la exigencia ética de no desentenderse de todo
ese dolor anónimo. Mil veces no estaremos a la altura de esa exigencia. Pero
aun así, somos mucho/as los que no nos contentamos con fingir que todo eso no
existe, que “todo marcha bien”. Algo va hacia el desastre. Lo estamos llevando
ahí, arrastrando a tantos. Eso no es erigirse en portavoz del Otro. Nadie puede
instalarse ahí como no sea con una secreta vocación mesiánica. Y, sin embargo,
los otros existen. Sufren. Mueren. Aquí un pequeño recordatorio de algunos de ellos...
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