martes, 24 de julio de 2012

La ciencia del pánico


El miedo siempre fue una fuerza poderosa. Según el modo de vincularnos con esa fuerza, puede conducirnos por caminos contrarios. Tal vez por eso ya no alcanza generar temor a escala masiva; es preciso radicalizarlo al punto de provocar pánico. Ante ese temor exasperado, nuestra capacidad de producir respuestas autónomas se minimiza. Y nuestros consumos se disparan.

En nuestras sociedades contemporáneas, la producción del pánico ha adquirido un cariz industrial. Su finalidad es clara: inducir al consumo. La promesa de restablecer el “equilibrio perdido” está detrás de toda mercancía: si consumes no tienes nada que temer. Pero ¿no es precisamente esa presunta omnipotencia de la mercancía la que hay que enfrentar, en primer lugar, para orientar nuestros miedos en una dirección diferente?



domingo, 15 de julio de 2012

El verde mortal de la soja: El mundo según Monsanto


Pasé prácticamente toda mi infancia en una localidad de la pampa húmeda argentina con su inmensa llanura, cielos omnipresentes y aquellos matices cromáticos que iba adquiriendo el campo a cada momento: verdes en toda su gama, dorados, marrones, grises... paisaje radicalmente horizontal que Ortega y Gasset describió en uno de sus viajes por el interior del país: “De este modo la vista, sin llegar a fijarse en nada, es despedida hacia los confines del curvo horizonte. En estos confines, allá lejos, están los boscajes ―y allí la tierra se envaguece, abre sus poros, pierde peso, se vaporiza, se nubifica, se aproxima al cielo y recibe por contaminación las capacidades de plasticidad y alusión que hay en la nube. Estos boscajes de la lejanía pueden ser todo: ciudades, castillos de placer, sotos, islas a la deriva ―son materia blanca seducida por toda posible forma, son metáfora universal. Son la constante y omnímoda promesa” (La Pampa... promesas). 




Lamentablemente, aquel paisaje se ha ido transfigurando en las últimos años hasta mostrar un único verde mortal: el verde de la soja que Argentina (y muchos otros países de América Latina) producen a ritmo creciente cada año y que con su promesa de rentabilidad hace que desaparezcan grandes extensiones de monte, selva y bosque, extenuando la tierra y minando la salud de quienes viven en entornos rurales.

“En la Argentina se impuso una forma de producción agraria donde las grandes extensiones de monocultivos se protegen utilizando fumigaciones sistemáticas con mezclas de plaguicidas. Pero no hay fumigación controlable desde el punto de vista ambiental y sanitario. Solo el 1% de los plaguicidas utilizados llegan a la planta del cultivo, el resto queda en el ambiente, la tierra y el agua. La volatilización del veneno (máxima en fumigación aérea) es llevada por la brisa hacia las zonas pobladas; además, la reversión térmica del atardecer genera que se volatilice nuevamente el veneno, se eleve a menos de 30 metros de altura, se vuelva a desplazar, para volver a caer sobre los pueblos cercanos. Posteriormente estos productos adheridos al polvo se mantendrán alrededor, dentro y sobre las casas vecinas a los cultivos, como el endosulfán y el glifosato que el fiscal Carlos Matheu encontró en el polvo del patio de las casas de Bº. Ituzaingo en la ciudad de Córdoba en el año 2008”





La sospecha

hace un tiempo aquí hubo caballos,
los mensuales cruzaban, por la ruta,
cargando la carne dorada
de las perdices,
las adolescentes escribíamos, con trozos de velas,
mensajes pornográficos en los vidrios de la gruta
de santa rosa de lima

ahora manejo por la 36 y sólo se escucha
el frufrú de la soja
los aviones cargados de roundup
que se desplazan con un sonido antiguo de dirigible
emanando una neblina tornasol que arrastra
el mismo viento que silba en las taperas

no sé si esto sea el estrago
la podredumbre

sé que cuando miro, algo sospechoso y sombrío
ingresa a la zona de mis huesos
como la verde mosca
que corrompe la pulpa de los potros

Elena Annibali (de Tabaco Mariposa, 2009)


Compartimos un excelente documental: El mundo según Monsanto, realizado en el año 2008 por Marie Monique Robin. Conducido por Arte France, Image et Campagnie, Producctions Thalie, Office national du Canadá, WDR, con una duración de 108 minutos.
El mundo según Monsanto es también un libro de investigación escrito por la misma autora el 6 marzo del 2008, traducido a 11 lenguas. Marie Monique Robin es ganadora del premio Noruego "Rachel Carson Prize" de 2009 dedicado a mujeres ambientalistas.
La multinacional ha incursionado a lo largo de su más de cien años de vida, en la fabricación de múltiples productos: en sus inicios, allá por 1901, vendían sacarina (Coca-cola era uno de sus principales clientes); a finales de los años 30 tenían negocios de plásticos y resinas y a partir de 1976 incursionaron en el negocio de los herbicidas y las semillas modificadas genéticamente (alimentos transgénicos). La empresa factura sólo en EE.UU unos $ 10.502 millones (año fiscal 2010) y su actuación ha estado acompañada de múltiples denuncias.

Laura Giordani
Julio 2012



lunes, 9 de julio de 2012

Una poética de la revuelta: aforismos sobre el presente


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Un fantasma recorre el mundo. Aunque los poderes constituidos quieran conjurarlo, lo imprevisible está aconteciendo: el espectro de la revuelta sobrevuela los escombros que el capitalismo deja a su paso.
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A pesar del mortífero consenso mediático, la fuerza de acontecimientos de otro signo político ha estallado. Sobra la benevolencia paternalista de los discursos mediáticos: la revuelta no es ninguna travesura de juventud. Al periodismo de la desinformación, nosotros replicamos construyendo otra actualidad.

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A cada paso, el sistema estalla por dentro, dejando un ejército de harapientos. El diagnóstico sobre un presente globalitario resulta desolador, pero las grietas no dejan de multiplicarse. Sólo nosotros podemos ensancharlas.

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Los saqueadores son encumbrados, los desahuciados olvidados. En el orden criminal en el que sobrevivimos, nada es lo que parece. Y sin embargo, el saqueo oculto es cada vez más visible.

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La revuelta late en el corazón de quienes añoramos otro mundo. Si indignarse es resistirse a perder la dignidad, la rebelión es su acto más genuino: la esperanza política de los condenados.

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Buscarán restaurar las jaulas, asfixiar cualquier atisbo de revuelta, ocultar el peligro en el que asienta todo lo habitual. Contra esa voluntad infame, nuestra indignación apuesta a que la normalidad del crimen ya no sea posible.

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El fracaso de la política del miedo se refleja en el fracaso del miedo a la política, poniendo en entredicho una sociedad reducida a espectáculo. Al desprecio que sienten las clases dominantes por la democracia, nosotros respondemos con la exigencia de una democratización radical.

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Lo que nos une en la pluralidad no es la uniformidad sino el espanto ante un sistema que sacrifica cada día miles de vidas para salvarse. Contra la clausura del presente, una multitud sostiene la promesa de lo diferente.

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Sobran razones para indignarse. La repetición de la «catástrofe» (ecológica y social) como imagen de nuestra época forma parte de los efectos no previstos (aunque previsibles) de las políticas de devastación planetaria que gobiernan el mundo.

 
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En el nuevo (des)orden mundial, luchar por otro mundo posible no es un lujo sino una cuestión de supervivencia. Entre un deseo revolucionario y una sociedad revolucionada hay una distancia radical que sólo la práctica política puede mitigar: en esa brecha nacemos.

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Desde la conocida injusticia presente nos movemos hacia la incertidumbre del porvenir. La promesa de otra vida en común es apuesta por lo desconocido.

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En diversos puntos del planeta, de manera subrepticia, fuera de cámara, se alza el anhelo de un mundo social donde el sacrificio de los otros no sea la moneda de cambio.

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Contra quienes cosifican lo humano y humanizan las cosas no basta gritar si nadie escucha. Cada situación en la que se perpetra esa inversión reclama de nuestra parte una demanda de justicia que no se detenga hasta su consumación.

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Devenir-revolucionario no es una fatalidad. Al optimismo de la voluntad hay que contrapesarle el recuerdo perturbador de un capitalismo que se reproduce incluso si ello significa la ruina continua de sus promesas.

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Ante el espectáculo siniestro de nuestros amos, no se trata de escenificar nada. Lo político como ejercicio del disenso es negación del teatro de la representación que por demasiado tiempo consentimos.

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No sabemos hasta dónde llegaremos. Vivimos en riesgo. Insisten en que nuestra probabilidad de naufragar es alta. Pero ¿qué es naufragar sino desistir de transformar este paisaje del desastre en que han convertido al mundo?

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Seguirán planificando el engaño para que aceptemos nuestra muerte sin resistencia. En este punto de no retorno se juega sin más nuestra forma de existencia: el proyecto de una sociedad en el que la autonomía no sea la mera pantalla de una sociedad administrada.

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Quieren imponer el miedo en los cuerpos, mientras insisten –a fuerza de palos- con su discurso redentor. La razón delirante del estado hace manifiesta la locura homicida del sistema.

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Más que resignarse ante la crisis, tenemos que poner en crisis la resignación. Al hundimiento de las esperanzas hay que contraponerle el deseo lúcido de soñar. Nuestro derecho al sueño parte de la pesadilla a la que este sistema quiere condenarnos.

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A la par que quedan eximidos de culpa los auténticos agentes criminales, la amenaza se cierne sobre los que no nos resignamos. Ante una democracia ensombrecida por la dictadura del lucro, la promesa de otro mundo posible brilla.

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En vez de aceptar una (pseudo)democracia tutelada por los saqueadores, se trata de agrietar este muro blanco que nos acorrala. Nuestra esperanza se forja en la multitud que desea despertar de este mal sueño en el que nos han sumido.

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El empeño que ponen para matar los movimientos disidentes es un indicio de que algo valioso se nos juega ahí. Y si logran asesinarlos quedará todavía el espectro de una revuelta que seguirá rondando las ruinas del presente.

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Lo imposible vuelve a hacerse posible. Del trabajo de la imaginación utópica, nutrida de la memoria de las derrotas, depende la reescritura práctica de la historia.

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Quieren convencernos de que la vida es mera supervivencia y el dolor inevitable. Insisten en que no hay otros caminos mientras intentan borrar las huellas del sueño que nos lleva a otro sitio.

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El porvenir se juega en la revuelta que no acepta vivir de rodillas. Ante la certeza del desastre al que nos precipitamos, sólo nuestra apuesta por el cambio puede sostenernos en al aire.

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La indignación tiene la edad de la injusticia.

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En el desamparo de nuestro tiempo, está todo por hacer. En cualquier parte donde late un deseo emancipado que abraza a quien sufre, hay una grieta que se abre, desafiando la desesperanza que traen.

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Mientras ellos se apresuran a enterrar estas luchas en el pasado, una multitud -a veces sin saberlo- va escribiendo la historia del presente. Nuestro grito, como el de Durruti,  sigue en pie: "Llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones; y ese mundo está creciendo en este instante".



Arturo Borra