1/ ¿Cuál es el punto de partida de tu libro? ¿Qué cuestión o
cuestiones indaga, provocaron su consumación en poemario?
Para trazar lo (im)posible parte de un presente en ruinas. De la
soledad de una tierra calcinada. En el libro anterior –Figuras de la asfixia- procuré reconstruir las aristas de un daño
persistente, nada metafísico, que se esparce en diferentes dimensiones de
nuestra existencia. Aunque ahí ya asomaban algunos materiales utópicos,
oscuramente fue consolidándose en mí la convicción de que la escritura poética
debía perforar el muro de lo actual para vislumbrar otro horizonte. Lo que hoy
proclaman imposible no es sino un intento de clausurar la alteridad. A tientas,
traté de pensar esa alteridad, desde una interrogación que no oculta momentos de
perplejidad, con las dificultades del caso. Recurrir a lo alegórico es signo de
esa dificultad, de esa distancia con respecto a lo representable. Por eso el
viento, el deseo de desplazarse y abrir una salida. De manera simultánea a esa
escritura alegórica, me sentí obligado a reflexionar sobre sus condiciones de
posibilidad; de ahí esa segunda parte del libro (“Tierra de nadie”) que indaga
en el sentido mismo del acto de escribir. Dentro de esas coordenadas internas,
pero también en diálogo con acontecimientos políticos de primer orden como el
surgimiento del movimiento 15-M, la desembocadura del poemario no podía ser
otra que una “poética de la revuelta”.
2/ ¿Qué buscas como lector en tus lecturas más personales?
¿qué funciones podría atender la poesía para el ciudadano de hoy?
Aunque me interesan diferentes tipos
de lecturas –filosóficas, científicas, literarias-, en todas busco las
preguntas centrales –no siempre explícitas- que estructuran su devenir y abren
un camino a la reflexión crítica. Desconfío de aquellos textos que se
desarrollan como sistemas cerrados, más o menos dogmáticos. En el plano
poético, prefiero aquellas lecturas que me ayudan a afrontar lo desconocido, al
borde de lo (im)pensable. Una escritura que elude lo abismal miente, porque
oculta nuestra indefensión esencial.
Los discursos poéticos pueden
contribuir a sospechar lo que se instala como «evidencia»: su trabajo es ante
todo el cuestionamiento de lo heredado –pero un trabajo anclado a nuestra
experiencia vital, a las heridas que nos nombran y comprometen lo humano y no a
un consignismo fácil o a una preceptiva abstracta. La claridad y simplicidad
que algunos libros irradian pueden terminar cegando. Prefiero aquellas lecturas
que ayudan a cambiarnos a nosotros mismos y se lanzan al sueño para hacer visibles
las jaulas en las que nos movemos.
No sé si cabe asignar alguna
función política general a la poesía y en cualquier caso la producción poética
suele rebasarla. Aun así, si hay algo que puede aportar a la ciudadanía es su espíritu
inconformista, distante a las fórmulas políticamente correctas o a un cierto intimismo
que separa las emociones del mundo histórico en que vivimos. Ante un orden
social sacrificial e injusto nuestro camino es rebelarnos, en primer término, subvirtiendo
la gramática de producción de los discursos hegemónicos. En ese sentido, la
poesía puede erosionar –y así ocurre
en algunos casos- la lógica de lo que se plantea como inexorable. ¿Qué es esa erosión
sino apertura, la posibilidad siempre intacta de ampliar nuestros exiguos
márgenes de libertad? Debemos a esa poesía el socavamiento de lo unívoco. Pero
difícilmente podría producirse algo semejante si no fuéramos capaces de
desplazarnos de una posición mesiánica, más ávida de seguidores que de interlocutores
dispuestos a una revuelta íntima.
3/¿Qué relación si es que la hay podrías exponernos entre tu
escritura y las palabras "Transtierro", "Exilio",
"Violencia"?
Ante las distintas violencias
sistémicas, el exilio poético tiene significación vital: abre la posibilidad -nunca
asegurada- de una resistencia subjetiva. Ni siquiera podría sostener que mi escritura (suponiendo que algunos
textos admiten este tipo de apropiación) está exenta de las huellas de esas
violencias. La interpretación misma es una de sus formas, al imponer un
ordenamiento a lo real. Aun así, persiste el deseo de ir más allá, de abrir paso
mediante lo escrito a otro porvenir. Es ese deseo lo que produce el exilio como
movimiento que se desplaza de manera forzosa de las fronteras presentes. El
transtierro nace ahí: es el momento en que la partida se hace fecunda,
transformando la privación (aquello que nos falta) en promesa de una vida
inédita. ¿No es esa la terra incognita que
perseguimos también –aunque no
solamente- con la poesía?
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