La intuición de que nuestro presente es un
tiempo de claudicación política vuelve a interrogarnos sobre el margen
existente para la institución de una sociedad diferente, más justa que la
actual. No se trata sólo de una creciente brecha de derechos dentro de las
sociedades del presente, de un incremento de la desigualdad mundial o de la
producción descontrolada de pobreza incluso en las mal llamadas «sociedades
opulentas». Ni siquiera de una escalada bélica que amenaza con arrasar los
pocos vestigios de paz todavía existentes en el mundo o de la vulneración
sistemática de derechos humanos que se produce a cada instante, comenzando por
aquellos que presumen ser sus abanderados.
En la edad del cinismo los peligros son
mayores. Porque el daño sistémico no es una consecuencia involuntaria de
acciones bien encaminadas sino el producto más o menos previsible y consciente
que determinadas prácticas sociales y políticas ponen en juego. Por tanto,
elaborar una crítica del presente necesita dar cuenta de esta «reflexividad» de
nuestra época, incluyendo el giro del discurso político hegemónico hacia una
(ultra)derecha que impugna la promesa de otro mundo. Una crítica radical no
tiene que olvidar, pues, la propia derechización de los discursos políticos que
tornan sospechosas ideas que antaño eran asimiladas sin más a la «social-democracia»,
ella misma construida como dique ante cualquier política de signo
revolucionario. Incluso algunos de los gobiernos declaradamente “socialistas”
no dudan en recortar las garantías constitucionales, desmontar importantes
conquistas históricas de las clases trabajadoras, criminalizar ciertos flujos
migratorios considerados indeseables y, en general, restringir las
oportunidades sociales y económicas para las mayorías sociales. En esas condiciones,
la política de la justicia que cabe defender no puede ser otra que la de la
radicalización de la democracia.
Las plagas que aludía Derrida en Espectros de Marx (1) no han cesado de
intensificarse: i) el paro elevado en mercados desregulados, ii) la exclusión
masiva de ciudadanos sin techo, iii) la guerra económica sin cuartel, iv) las
contradicciones entre mercado liberal y proteccionismo de los estados
capitalistas, v) la agravación de la deuda externa y sus efectos en la
propagación del hambre, vi) la industria y comercio de armamentos, vii) la
expansión incontrolable de armamento atómico, viii) las guerras interétnicas en
sentido amplio, ix) el poder creciente de las mafias y el narcotráfico y x) el
estado del derecho internacional dominado por estados-nación particulares. A
esas plagas se pueden agregar con facilidad tantas otras: xi) la expansión de
la corrupción estructural extendida en instituciones económicas, políticas y
culturales fundamentales, xii) la primacía de la economía financiera por sobre
la economía productiva, xiii) el relanzamiento del neocolonialismo, xiv) la
institucionalización del estado policial (y la correlativa suspensión selectiva
de derechos humanos) dentro de regímenes formalmente democráticos, xv) la
propagación de proyectos tecno-militares no convencionales a escala mundial,
xvi) el fortalecimiento de los oligopolios mediáticos, el creciente control
informativo y la falta de diversificación de las industrias culturales, xvii)
la destrucción irreversible del medioambiente, xviii) los déficits
estructurales de una democracia parlamentaria incapaz de responder tanto al
empobrecimiento generalizado de la ciudadanía como a la concentración inédita
de poder económico y político de las elites mundiales, xix) la consolidación de
las alianzas entre estados y corporaciones trasnacionales, xx) la persistencia
del sexismo, la homofobia y la transfobia, y xxi) la escalada del racismo y la
xenofobia, que condena a una parte de la población mundial a la marginación
sistémica y, eventualmente, a la muerte por abandono de miles de sujetos
desplazados, cualquiera fuera el estatuto reconocido, tratados como «sobrante
estructural» (2).
Un diagnóstico semejante del presente podría
incluso resumirse en la referencia a procesos sistémicos entrelazados que, en
la actual fase del capitalismo mundial, producen de forma compulsiva diferentes
formas de desigualdad social. Con independencia al modo de conceptualizar esos
procesos, el optimismo imbécil de los grupos dominantes cada vez encuentra menos
asidero fáctico. El mundo social actual se parece a una escombrera de la que
apenas están sustraídos quienes se protegen en sus oasis privados. La sociedad
catastrófica que resulta de esta configuración política del mundo es cada vez
más indisimulable.
La misma evidencia de esa catástrofe resulta
tan aplastante que, tal como señaló hace décadas Habermas, las energías
utópicas parecen agotadas (3), incluso si el conformismo está siendo relevado
por una resignación más bien generalizada. Más todavía, ante ese agotamiento,
las opciones sociales al uso parecen ser de carácter “adaptativo”: convertir el
arrase sistémico en una oportunidad de negocios -tal como ocurrió de forma
hiperbólica con la pandemia o con la guerra en Ucrania- o rendirse ante la
evidencia catastrófica del mundo que estamos creando para gozar de sus restos.
En semejante encrucijada, la izquierda política, especialmente en el sistema
parlamentario, aparece más bien arrinconada. Las propias fuerzas sociales y
políticas que pretenden encarnar ese horizonte, aunque activas y persistentes,
están afectadas por una fragmentación que amenaza con convertirse en un
verdadero cisma.
En un contexto semejante, la reformulación de
un proyecto político alternativo frente a una ultraderecha sin complejos se
hace apremiante. Hasta los movimientos sociales más combativos –desde el
feminismo al antirracismo, desde el ecologismo hasta el anticapitalismo- tienen
que enfrentar, además de su división interna, la estigmatización de la que son
objeto. De forma simultánea, cabe constatar así tanto la persistencia de
resistencias sociales relevantes en la construcción de un contrapoder popular
como una dificultad recurrente para articular estas resistencias en un
horizonte político altermundista. Semejantes prácticas, en su fragmentación,
difícilmente pueden transformar unas relaciones de poder asimétricas que las
condenan a seguir ocupando una posición minoritaria, cuando no testimonial, en
el tablero político.
Aun dentro de las luchas culturales de nuestra
época, un movimiento tan subversivo e imprescindible como el feminismo amenaza
con ser fagocitado, en una de sus variantes, a nivel sistémico, con el riesgo
de convertirse en un subterfugio estratégico para quienes pretenden esquivar el
insoslayable debate sobre las desigualdades de clase, las opresiones raciales y
étnicas y la destrucción irreversible de la naturaleza (4). ¿Qué cabe señalar
sobre un sindicalismo en retirada como instrumento de clase? ¿De un
antirracismo que recae de forma frecuente en cierto etnicismo esencialista o
del anticapitalismo que parece condenado como un fantasma a soportar la
repetición de lo terrible con dificultades para leer las mutaciones históricas
de la sociedad y las posibilidades políticas que dichas mutaciones producen?
Aunque ninguna de las variantes partidarias de
las fuerzas políticas que se reconocen en la izquierda logra más que una
porción marginal del electorado, el problema no es meramente electoral sino más
bien estructural: la dificultad recurrente para interpelar en una dimensión
política, no necesariamente de carácter institucional, a diversos sectores
sociales perjudicados por un sistema de arrase que no cesa de agravarse.
Doble problema entonces, referente tanto a una
situación insostenible a nivel mundial, a la amenaza nuclear otra vez
sobrevolando nuestras cabezas y a la expansión de injusticias históricamente
superables sino, también, en cuanto a la capacidad de movilización colectiva y,
particularmente, en cuanto a nuestra potencia para reelaborar y encarnar de forma
creíble una promesa emancipatoria. La propia apuesta por un proceso de
emancipación social se ha convertido, en el discurso hegemónico, en un proyecto
sospechoso, cuando no anacrónico. Multitud de intelectuales orgánicos parecen
celebrar esta derrota política, convertidos en expertos en minucias. Profetas
de la rendición, no lamentan más que su perdido protagonismo en una ciudad
letrada que ya no existe.
Llegados a este punto, en el que hasta el
pensamiento crítico está asediado, hay que interrogar al propio «sujeto
emancipatorio», no para prescindir de una esperanza de cambio sino para darle
forma desde el reconocimiento de una pérdida fundamental, que no tiene nada que
ver con el reiterado “fin de la historia” sino con la merma de su protagonismo
histórico y, especialmente, de su capacidad efectiva de transformación radical.
La pregunta que insiste puede formularse así: ¿cómo gestionar la decepción con
respecto a las “realizaciones históricas” de la izquierda en su sentido amplio
y, no obstante, seguir ahondando en su huella emancipadora? ¿Cómo transformar
esa decepción en una política de la esperanza que eluda de forma decidida el
autoengaño? Dicho de otro modo: ¿cómo repensar una política utópica que parta
de la falta del propio sujeto emancipatorio, incluso tras la decepción
ineludible que sentimos no sólo tras experiencias transformadoras traicionadas o
interrumpidas (5) sino tras esta nueva escalada de la ultraderecha política?
Notas:
(1)
Derrida, Jacques
(2012): Los espectros de Marx, Trotta, Madrid, pp. 95-98.
(2) Para una primera formulación remito a Borra,
A. (2013): “Del sacrificio al cinismo: el mundo como mercancía”, en Rebelión,
15/02/2013, versión electrónica en https://rebelion.org/del-sacrificio-al-cinismo-el-mundo-como-mercancia/
(3) Cf. Habermas, Jurgën (1988): Ensayos políticos. Ediciones Península,
Barcelona, p. 113 y sig.
(4) Remito a los señalamientos críticos de
Arruzza, Cinzia, Bhattacharya, Tithi y Fraser, Nancy (2019): Manifiesto de un feminismo para el 99%, Herder,
Barcelona. Las autoras apuestan por construir el feminismo desde un «ethos
radical y transformador», trazando el camino para un feminismo que necesita
unirse con movimientos sociales anticapitalistas, ecologistas, antirracistas,
defensores de los derechos de los trabajadores y emigrantes, entre otros.
(5) Para un relato biográfico sobre las
revoluciones traicionadas o interrumpidas, cf. Víktor Shklovski (1972): Viaje sentimental. Crónicas de la revolución rusa (1923).
Anagrama, Barcelona.
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