El término alemán Zeitgeist se
utiliza actualmente en diferentes lenguas para designar el clima cultural,
intelectual y moral de una determinada época, literalmente, el espíritu del
tiempo, el conjunto de ideas y creencias que componen la especificidad de un
periodo histórico. En la Edad Moderna, dada la persistencia de la idea del
progreso, una de las mayores dificultades para captar el espíritu de una
determinada época reside en identificar las continuidades con respecto a épocas
anteriores, casi siempre disfrazadas de discontinuidades, innovaciones y
rupturas.
Para complicar aún más el
análisis, lo que permanece de períodos anteriores siempre se metamorfosea en
algo que simultáneamente lo denuncia y disimula y, por eso, permanece siempre
como algo diferente de lo que fue, sin dejar de ser lo mismo. Las categorías
que usamos para caracterizar una determinada época son demasiado toscas para
captar esta complejidad, porque ellas mismas forman parte del mismo espíritu
del tiempo que supuestamente deben caracterizar desde fuera. Corren siempre el
riesgo de ser anacrónicas, por el peso de la inercia, o utópicas, por la
ligereza de la anticipación.
Vengo defendiendo que vivimos en
sociedades capitalistas, coloniales y patriarcales, en referencia a los tres
principales modos de dominación de la modernidad occidental: el capitalismo, el
colonialismo y el patriarcado o, más precisamente, el heteropatriarcado.
Ninguna de estas categorías es tan controvertida entre los movimientos sociales
y la comunidad científica como la de colonialismo. Hemos sido tan socializados
en la idea de que las luchas de liberación anticolonial del siglo XX pusieron
fin al colonialismo, que casi resulta
una herejía pensar que al final el colonialismo no acabó, sino que apenas
cambió de forma o ropaje. Nuestra dificultad radica sobre todo en nombrar
adecuadamente este complejo proceso de continuidad y cambio. Es cierto que los
analistas y los políticos más perspicaces de los últimos 50 años tuvieron la
aguda percepción de esta complejidad, pero sus voces no fueron lo
suficientemente fuertes como para cuestionar la idea convencional de que el
colonialismo propiamente dicho acabara, con la excepción de algunos pocos
casos, siendo los más dramáticos posiblemente el Sáhara Occidental, la colonia
hispano-marroquí que continúa subyugando al pueblo saharaui, así como la
ocupación de Palestina por Israel. Entre esas voces cabe destacar la del gran
sociólogo mexicano Pablo González Casanova con su concepto de “colonialismo
interno” para caracterizar la permanencia de estructuras de poder colonial en
las sociedades que emergieron en el siglo XIX de las luchas de independencia de
las antiguas colonias americanas de España.
Y también la voz del gran líder
africano Kwame Nkrumah, primer presidente de la República de Ghana, con su
concepto de “neocolonialismo” para caracterizar el dominio que las antiguas
potencias coloniales seguían ejerciendo sobre sus antiguas colonias,
convertidas en países supuestamente independientes. Una reflexión más profunda
sobre los últimos 60 años me lleva a concluir que lo que casi terminó con los
procesos de independencia del siglo XX fue una forma específica de
colonialismo, y no el colonialismo como modo de dominación. La forma que casi
terminó fue lo que se puede designar como colonialismo histórico, caracterizado
por la ocupación territorial extranjera. Sin embargo, el modo de dominación
colonial continuó bajo otras formas. Si las consideramos de esta forma, el
colonialismo es tal vez hoy tan vigente y violento como en el pasado.
Para justificar esta afirmación
es necesario especificar en qué consiste el colonialismo como forma de
dominación. El colonialismo es todo aquel modo de dominación basado en la
degradación ontológica de las poblaciones dominadas por razones etnorraciales.
A las poblaciones y a los cuerpos racializados no se les reconoce la misma
dignidad humana que se atribuye a quienes los dominan. Son poblaciones y
cuerpos que, a pesar de todas las declaraciones universales de los derechos
humanos, son existencialmente considerados como subhumanos, seres inferiores en
la escala del ser. Sus vidas tienen poco valor para quien los oprime, siendo,
por tanto, fácilmente desechables. Originalmente se los concibió como parte del
paisaje de las tierras “descubiertas” por los conquistadores, tierras que, a
pesar de ser habitadas por poblaciones indígenas desde tiempos inmemoriales,
fueron consideradas como tierras de nadie, terra nullius. También se
consideraron como objetos de propiedad individual, de los que la esclavitud es
prueba histórica. Y hoy continúan siendo poblaciones y cuerpos víctimas del
racismo, de la xenofobia, de la expulsión de sus tierras para abrir el camino a
los megaproyectos mineros y agroindustriales y a la especulación inmobiliaria,
de la violencia policial y las milicias paramilitares, del trabajo esclavo llamado
eufemísticamente “trabajo análogo al trabajo esclavo” para satisfacer la
hipocresía biempensante de las relaciones internacionales, de la conversión de
sus comunidades de ríos cristalinos y bosques idílicos en infiernos tóxicos de
degradación ambiental. Viven en zonas de sacrificio, en todo momento en riesgo
de convertirse en zonas de no ser.
Las nuevas formas de colonialismo
son más insidiosas porque se producen en el núcleo de relaciones sociales,
económicas y políticas dominadas por las ideologías del antirracismo, de los
derechos humanos universales, de la igualdad de todos ante la ley, de la no
discriminación, de la igual dignidad de los hijos e hijas de cualquier dios o
diosa. El colonialismo insidioso es gaseoso y evanescente, tan invasivo como evasivo,
en suma, astuto. Pero ni así engaña o aminora el sufrimiento de quienes son sus
víctimas en la vida cotidiana. Florece en apartheids sociales no
institucionales, aunque sistemáticos. Sucede tanto en las calles como en las
casas, en las prisiones y en las universidades, en los supermercados y en las
estaciones de policía. Se disfraza fácilmente de otras formas de dominación
tales como diferencias de clase y de sexo o sexualidad, incluso siendo siempre
un componente de ellas. Verdaderamente, el colonialismo insidioso solo es
captable en close-ups, instantáneas del día a día. En algunas de ellas surge
como nostalgia del colonialismo, como si fuese una especie en extinción que
debe ser protegida y multiplicada. He aquí algunas de tales instantáneas.
Primera instantánea: Uno de los
últimos números de 2017 de la respetable revista científica Third World
Quarterly, dedicada a los estudios poscoloniales, incluía un artículo de
autoría de Bruce Gilley, de la Universidad Estatal de Portland, titulado “En
defensa del colonialismo”. Este el resumen del artículo: “En los últimos cien
años, el colonialismo occidental ha sido muy maltratado. Ha llegado la hora de
rebatir esta ortodoxia. Considerando de manera realista los respectivos
conceptos, el colonialismo occidental fue, en regla, tanto objetivamente
benéfico como subjetivamente legítimo en la mayor parte de los lugares donde
ocurrió. En general, los países que abrazaron su herencia colonial tuvieron más
éxito que aquellos que la despreciaron. La ideología anticolonial impuso graves
perjuicios a los pueblos sujetos a ella. Y continúa impidiendo, en muchos
lugares, un desarrollo sustentado y un encuentro productivo con la modernidad.
Hay tres formas en las que estados fallidos de nuestro tiempo pueden recuperar hoy
el colonialismo: reclamando modos de gobernanza colonial, recolonizando algunas
áreas y creando nuevas colonias occidentales”.
El artículo causó una indignación
general y quince miembros del consejo editorial de la revista dimitieron. La
presión fue tan grande que el autor terminó por retirar el artículo de la
versión electrónica de la revista, aunque permaneció en la versión impresa.
¿Fue una señal de los tiempos? Al final, el artículo fue sujeto a revisión
anónima por pares. La controversia mostró que la defensa del colonialismo
estaba lejos de ser un acto aislado de un autor desvariado.
Segunda instantánea: Wall Street
Journal del 22 de marzo pasado publicó un reportaje titulado: “La búsqueda de
semen norteamericano se disparó en Brasil”. Según la periodista, la importación
de semen norteamericano por mujeres solteras y parejas lésbicas brasileñas
ricas aumentó extraordinariamente en los últimos siete años y los perfiles de
los donantes seleccionados muestran la preferencia por bebés blancos y con ojos
azules. Y añade: “La preferencia por donantes blancos refleja una persistente
preocupación por la raza en un país en que la clase social y el color de piel
coinciden con gran rigor. Más del 50 por ciento de los brasileños son negros o
mestizos, una herencia resultante del hecho que Brasil importó diez veces más
esclavos africanos que los Estados Unidos; y fue el último país en abolir la
esclavitud, en 1888. Los descendientes de colonos y migrantes blancos –muchos
de los cuales fueron atraídos al Brasil a fines del siglo XIX y principio del
siglo XX, cuando las élites de gobierno buscaban explícitamente ‘blanquear’ a
la población– controlan la mayor parte del poder político y de la riqueza del
país. En una sociedad tan racialmente dividida, tener descendencia de piel
clara es visto muchas veces como un modo de brindar a los niños mejores
perspectivas, sea un salario más elevado o un tratamiento policial más justo”.
Tercera instantánea: El 24 de
marzo pasado, el diario más influyente de Africa del Sur, Mail & Guardian,
publicó un reportaje titulado “Genocidio blanco: cómo la gran mentira se
propagó en los Estados Unidos y otros países”. Según el periodista, “los
Suidlanders (foto), un grupo sudafricano de extrema derecha, han venido
estableciendo contacto con otros grupos extremistas en Estados Unidos y en
Australia, fabricando una teoría de conspiración sobre el genocidio blanco, con
el objetivo de conseguir apoyo internacional para los sudafricanos blancos. El
grupo, que se autodescribe como ‘una iniciativa-plan de emergencia’ para
preparar una minoría sudafricana de cristianos protestantes para una supuesta
revolución violenta, se ha relacionado con varios grupos extremistas
(alt-right) y sus influyentes contactos mediáticos en Estados Unidos para
instalar una oposición global a la alegada persecución de blancos en África del
Sur. La semana pasada, el ministro australiano de Asuntos Internos dijo a Daily
Telegraph que estaba considerando la otorgación de visas rápidas para
agricultores sudafricanos blancos, los cuales –argüía el ministro– necesitaban
“huir de circunstancias atroces” para “un país civilizado”. Según el ministro,
tales agricultores “merecen atención especial” debido a la ocupación de tierras
y la violencia… Estos agricultores sudafricanos blancos también han recibido
atención en Europa, donde políticos de extrema derecha con contactos en la
extrema derecha estadounidense han solicitado al Parlamento Europeo que
intervenga en Africa del Sur. Agentes políticos contra los refugiados en el
Reino Unido están igualmente ligados a la causa”.
La gran trampa del colonialismo
insidioso es dar la impresión de un regreso, cuando en realidad lo que
“regresa” nunca dejó de existir.
*Doctor en Sociología del
Derecho. Profesor de las universidades de Coimbra (Portugal) y de
Winsconsin-Madison (EE.UU.).
Traducción: Antoni Aguiló y José
Luis Exeni Rodríguez.
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