La cultura del consumo que padecemos, fabricada por el Dios
del dinero y la tecnología, ofrece multitud de objetos, que disfrazados de
objetos causa del deseo pasan al registro de objetos “necesarios”. La ciencia
experimenta soluciones químicas equivalentes para paliar el sufrimiento, una
respuesta no siempre eficaz ante la fiereza de la angustia.
En todos los tiempos los pueblos han convivido con las
drogas. Pero en estas épocas esto toma una relevancia sospechosa. El consumo de
productos químicos es una respuesta que promete plenitud. A la promesa de una
satisfacción inmediata, intensa y total, se suma una supuesta independencia del
peso de la realidad. Esa es también su peligrosidad, advierte Freud en el
Malestar en la cultura. Consumo de un objeto que acaba por consumir al sujeto.
Promesa de que no habrá ya discordancia entre lo que se espera y lo que se
alcanza. En el mercado de la globalización se trataría también de homogeneizar
el goce. En este contexto podemos decir que el drogodependiente está en el
mercado. El cuerpo pide por una “necesidad” que será colmada por El objeto. En
esta creencia el cuerpo se hace víctima de un experimentar con la muerte.
Encontrar una solución en la droga (también en las farmacéuticas) “para que me
de ganas de…”. Una paradoja, ya que en verdad se anularían las particularidades
del placer erótico, ya sea el sentido del gusto o el goce sexual, fálico. No es
lo mismo disfrutar del placer de comerse un bombón que no poder evitar la
compulsión a comerse de una vez un kilo de bombones. Compulsión a la repetición
que el psicoanálisis reconoce ligada al deseo de muerte. Una Fe en el objeto
que exige el sacrificio del cuerpo en aras del narcisismo, de ser Uno con el
Otro. Una prótesis ante la desgana, contra el vacío. Una manera de denunciar el
malestar en la cultura, al precio de aniquilar la subjetividad. Malestar que se
hace cultura, cultura que hoy padecemos y que F. Ulloa (2) define como de la
mortificación, en lo que hace a la muerte y lo mortecino, a la mortificación
del deseo.
¿Cómo soportar que estemos “mal hechos”, que no somos Uno?
Decía Freud que el hombre en su afán por parecerse a un dios, se convertirá en
un dios con prótesis, anticipaba así el avance de la ciencia y la tecnología.
Freud: un visionario. Leemos en un periódico que “el hombre biónico se acerca”,
el presidente de una empresa cultural de Estocolmo se convirtió en un
tocadiscos andante tragándose una píldora que contiene un reproductor musical
inalámbrico, con wifi, amplificadores, etc.; otro, un australiano, integró a su
cuerpo un tercer brazo mecánico y más recientemente se implantó en un brazo una
tercera oreja que en un futuro podrá utilizar como terminal inalámbrico y
contestar las llamadas telefónicas acercando el brazo a la cabeza. Todo parece
posible. El hombre robot, un dios con prótesis.
El avance de la tecnociencia ha disparado la producción, y
para sostener el capitalismo salvaje se hace necesario consumir. Todo entra en
el saco del consumo: el cuerpo, el “trabajo” del ocio organizado para consumir,
el consumo de drogas para alcanzar la felicidad, de la cirugía para alcanzar la
imagen ideal o la ilusión de la eterna juventud, el amor que se consume en el
ideal como posesión del objeto y que a menudo deriva en trágicas consecuencias,
el engaño con que el sistema somete al sujeto convirtiendo la sexualidad en
sexo, un objeto de consumo, como los televisores, los teléfonos móviles o los
modelos de casa o de vida. A propósito de esto dice Bataille que la poesía se
olvida de la identidad de la piedra consigo misma, el poeta habla de la piedra
de la luna,… “si la desnudez o el exceso de disfrute no son cosas y sí son,
como la piedra de la luna, inconcebibles, se desprende de ello consecuencias
dignas de ser señaladas”.
La publicidad aprovecha la estructura deseante del sujeto
para venderle con el producto todo lo que cree que puede “tener” con su
posesión. El capital produce objetos. Deseas esto, te dicen. El esclavo moderno
que somos debe consumir lo que produce con su trabajo para seguir sosteniendo
el sistema.
“Hacer realidad sus sueños cuesta muy poco”. Así encabeza
unos grandes almacenes un folleto a todo color de 300 páginas, ofreciendo
infinidad de juguetes para estas navidades.
“¡Elige tu destino! Un anuncio televisivo. Una joven y bella
modelo rechaza muy dignamente lo que una adivina le ofrece: conocer su destino.
Soy libre, yo elijo mi destino. La “libre” elección consiste en una marca de
perfume.
Consigue tu figura ideal, la que siempre deseaste, en seis
meses perderás 20 kilos con el balón intragástrico. Ultima moda, sin esfuerzos
y en breve tiempo.
Tentaciones, falsas promesas de alcanzar la felicidad en la
posesión de los bienes. Mensajes que llegan desde los medios de comunicación de
masas y la industria publicitaria, en su lucha por sostener una economía de
consumo que implica consumir por consumir. También consumir al sujeto, cuya
existencia transcurre aprisionada entre las coerciones sociales y las de cada
uno. La consecuencia: un sujeto pusilánime, obediente del orden constituido,
que acepta las imposiciones por miedo a los riesgos que puede suponer no
hacerlo. “…a menudo en los deberes que el hombre se impone, no hay más que el
temor de los riesgos a asumir si no lo hiciera. En el fondo, es más cómodo
padecer la interdicción que exponerse a la castración”(3).
También el ferviente ejercicio de la competitividad y el
afán de éxito de unos que implica el fracaso de los otros, como ideales
propuestos desde la cultura de hoy, conllevan la idea de la creación o
productividad sólo como valores de rentabilidad económica. Se ha pervertido el
sentido del trabajo como creación, como producto del recurso al pensamiento y
la creatividad para alcanzar un fin. Reina el Dios del dinero. El mismo que
vende la guerra como un mal necesario y una ayuda humanitaria. Perversión del
lenguaje. Todos somos esclavos de ese Dios, quedando la subjetividad como
resto.
¿Cómo hacer para mitigar la seducción que ejercen ideas tan
potentes, propiciadoras de la hostilidad? ¿Cómo revertir la violencia y
agresividad propias de estos ideales en un deseo singular? La rebeldía es una
de las maneras de reaccionar ante el poder arbitrario del amo, otra: el
sometimiento. Son dos polos de lo mismo, una posición en relación al mandato de
Otro, que nunca podrá dar lugar al deseo singular. Ni sometimiento ni rebelión.
Se hace necesario un acto que ponga en juego una dimensión ética, la del deseo,
la emergencia de algo nuevo.
Lucrecio proponía que los átomos pudieran desviarse
imprevisiblemente de la línea recta y así garantizar la libertad de la materia
y las personas, para dar lugar a las infinitas potencialidades. Eso evitaría
que el peso de la materia (¿la realidad?) nos aplaste.
También Italo Calvino entre sus “Seis propuestas para el
próximo milenio” (4) apuesta por la búsqueda de la levedad como reacción al peso
del vivir. Analiza el universo de la novela de M. Kundera La insoportable
levedad del ser, como la búsqueda sin fin de la levedad como inalcanzable: lo
que apreciamos en la vida por ser leve, no tarda en revelar su peso
insostenible.
Todavía no se ha inventado una vacuna contra el malestar en
la cultura. Tampoco contra el paso del tiempo, la finitud de la vida o lo
imposible de que el deseo se encuentre con el objeto que lo causa.
Pero la risa, el humor, le quita peso a la dimensión dramática
y algo absurda de la vida. Decía Nietzsche que la verdadera risa surge de la
desesperación.
Poder reírse de uno mismo y sus circunstancias, es
aliviante. Descreer del Yo, del pretendido orden del mundo y de las redes de
relaciones que los constituyen, aunque sea sólo por un instante, permite vivir
más ligeramente. El humor no es resignado. Triunfo del principio del placer
ante las adversidades de las circunstancias, dice Freud, ahorra el displacer y
el sentimiento de la injuria narcisista (5).
En una cultura sostenida por el discurso capitalista que
tiende a obturar con objetos de consumo el vacío propio del sujeto deseante, y
que propone por tanto una globalización del goce, ¿hay algún lugar para el
psicoanálisis como discurso alternativo?
“No hay razón para hacernos garantes del ensueño burgués de
alcanzar la felicidad en la posesión de los bienes”, advierte Lacan (6) a los
psicoanalistas.
El psicoanálisis apuesta por la palabra, por la singularidad
del goce, por la falta que es condición del deseo, que es vida. En este
sentido, el deseo al que alude el discurso analítico es contrario al sistema de
producción que propone el discurso capitalista, que homogeneiza el deseo con
promesas donde nada falta.
¿Es posible salir de la cultura de la mortificación del
deseo sin descubrir el engaño, el de la realidad que se nos ofrece como lo
único que hay, con sus propuestas de universalización de los modos de goce? ¿Es
posible sin descubrir el engaño de la propia realidad, de las creencias acerca
del Uno que creemos ser? Habrá que dejar lugar para que se dé lo que aún no
está hecho, poder desviarse imprevisiblemente de la línea recta como lo dice
Lucrecio, dejarse sorprender por el descubrimiento de lo que no se sabe, como
fuente de júbilo, de creación, de enriquecimiento.
En palabras de María Zambrano (7), abrir sitio a lo que corre
el riesgo de asfixiarse, “las entrañas que quieren vivir como entrañas –no
disueltas por la razón- en un mundo que inculca unas creencias que no les
permite acogerlas.
Notas
1 ULLOA Fernando O.: Conferencia, La angustia, hacedora de
oficios, en el Seminario “La angustia II, su función en la clínica y la
cultura”, en el Centro Cultural General San Martín, Buenos Aires (1997).
2 ULLOA Fernando O.: Novela clínica psicoanalítica.
Historial de una práctica. Editorial Paidós Argentina (1995)
3 LACAN Jaques: Seminario 7 La ética del psicoanálisis,
Editorial Paidós Bs.As.-Barcelona-México (1988)
4 CALVINO Italo: Seis propuestas para el próximo milenio.
Ediciones Siruela (1990)
5 FREUD Sigmund: “El Humor” en Obras completas, Volumen III
, Ediciones Nuevo Mundo (1974)
6 LACAN Jaques: Idem nota 3
Extraído de la Revista "Psicoanálisis en el Sur", Nº 8.
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