Si bien el sentido de la
abstención cambia según los contextos históricos, en la situación española
actual el llamado a no votar constituye una estrategia política cuando menos
dudosa. Es cierto que hay momentos en que la importancia del acto electoral puede
minimizarse: 1) en una coyuntura en la que una fuerza política tiene asegurada
la mayoría absoluta en las instituciones estatales; 2) en un sistema político
en el que algunos partidos están proscriptos; 3) en un sistema político
dominado por el bipartidismo que plantea continuidades políticas con
independencia a quien gobierne, 4) en un contexto donde la derecha no tiene
posibilidades de gobernar con mayoría absoluta o incluso 5) en un contexto en
el que ninguna de las fuerzas políticas encarna una alternativa de cambio real.
Podrían reconstruirse otras situaciones en las que el sentido del voto ya está
predefinido y que, razonablemente, no tiene fuerza disruptiva.
Sin embargo, ninguna de esas
coyunturas políticas se plantea en el presente. Por el contrario, en la medida
en que el electorado de izquierdas se movilice, la posibilidad de fragmentación
parlamentaria es más real que nunca. A diferencia de otros períodos electorales,
se plantea un ensanchamiento inédito de opciones políticas de izquierdas, que
erosiona una composición parlamentaria atravesada por el bipartidismo. Que
dicha composición haya permitido el despliegue de políticas de estado
regresivas (como ha ocurrido con el cambio constitucional express para la
reducción del déficit o la reforma del código penal) es un indicio del
trasfondo común que comparten PP y PSOE en asuntos fundamentales, incluso si
eso no niega algunas diferencias políticas reales.
Ante esta situación, el llamado a
la abstención se desentiende de las correlaciones de fuerza entre diferentes
partidos políticos en las instituciones estatales y con ello, permite una
infra-representación de fuerzas parlamentarias como IU o Podemos (aun cuando
tales fuerzas no necesariamente se ajusten de forma satisfactoria a nuestras
expectativas). Para invertir el ángulo: permite la consolidación de una
probable alianza entre partidos como Ciudadanos y Partido Popular.
No es sólo que estemos frente a
un gobierno nefasto que nos atrapa como moscas en una telaraña política que
enlaza corrupción y saqueo, salvataje privado y hundimiento colectivo. No es
sólo que la mayoría automática del partido de gobierno haya dado vía libre a un
recetario neoconservador que ha arrasado conquistas históricas tan valiosas
como irrenunciables, facilitada por un blindaje jurídico crecientemente
dictatorial. Lo específico de la coyuntura política actual es que hay una
oportunidad histórica de desestructurar un sistema político basado en la lógica
de los grandes partidos y reconfigurar las relaciones de poder de una
estructura parlamentaria anquilosada.
El recuento de los estragos
perpetrados por el partido popular de forma deliberada y coherente en los
últimos años es extenso: la política de recortes en sanidad, educación,
servicios públicos y prestaciones sociales; la política de rescate a la banca
privada sin contraprestaciones ligadas a la recuperación del crédito para
familias y PYMES; la política de sobre-endeudamiento del estado, a pesar de la
tendencia a privatizar empresas públicas (con el pretexto de reducir gastos y
obtener liquidez); la política tributaria de amnistía a los evasores y de
manifiesta regresividad de su estructura (gravando más las rentas de trabajo que
las rentas de capital); la política de precarización del empleo y consolidación
de mercados laborales asediados por la temporalidad, la pauperización de las
condiciones de trabajo, la caída salarial, la pérdida de derechos laborales, la
institucionalización de la “flexo-explotación” y el mantenimiento de una
elevada tasa de desempleo; la política de tolerancia ante la economía
sumergida, el fraude y los paraísos fiscales; la política armamentística
expansiva, que sigue comerciando armas con gobiernos que incumplen los derechos
humanos más básicos; la política energética orientada a la protección de los
intereses de las grandes corporaciones privadas del sector, en perjuicio del
uso de energías renovables y de una reducción tarifaria generalizada; la política
jurídica orientada a la conversión de la protesta social en delito y a la
consolidación de un sistema judicial clasista y plagado de prerrogativas; la
política de represión de la protesta social y la persecución policial de las
ensanchadas categorías de “sospechosos” (comenzando por inmigrantes en
situación irregular y personas “sin techo”); la política de desahucios que
además de vulnerar el derecho a la vivienda sigue perpetuando una relación
abusiva entre la banca y la ciudadanía hipotecada; la política cultural
orientada a reestablecer una cultura autoritaria, tradicionalista, homofóbica y
sexista; la política de medios marcada por la censura y el control ideológico,
degradando un servicio público a mero instrumento propagandístico; la política
de control de fronteras marcada por la denegación de derechos humanos
fundamentales a los damnificados y por las expulsiones en caliente
reconvertidas legalmente en “rechazo en frontera”; la política migratoria que
no sólo ha restringido el acceso y permanencia legal de personas extranjeras
sino que ha forzado la emigración de cientos de miles de personas
(especialmente jóvenes profesionales) por falta de oportunidades laborales; la
política de asilo que, además de perpetuar las graves restricciones a la
concesión real de asilo, vulnera el acceso efectivo al derecho a solicitarlo;
la política de desfinanciación de la investigación pública y el asedio al
sistema público de enseñanza en vistas a su reconversión en un sistema de
reparto jerárquico de cualificaciones profesionales (según pertenencias de
clase), por mencionar algunas.
La enumeración de estas políticas
(claramente identificadas con un horizonte político neoconservador) podría
ampliarse bajo la forma de análisis sectoriales. Dista de ser exhaustiva, pero
permite dimensionar el alcance de unas decisiones gubernamentales que nos
afectan de forma cotidiana. Como «instantáneas del cinismo» oficial no cesan de
proliferar: la mentada “recuperación económica”, tras índices macroeconómicos
positivos, apenas disimula el pésimo cuadro de una España asediada por la
pobreza, la desigualdad, la corrupción, el desempleo, la precariedad laboral y,
en general, la restricción tendencial de oportunidades económicas, culturales y
políticas.
Para resumir: la vida social ha sido
reconfigurada de forma notoria a partir del omnicomprehensivo discurso de la
crisis. Mantenerse al margen es ilusorio: en tanto transformación de nuestras
condiciones de existencia, semejantes decisiones nos afectan de forma directa e
indirecta, ante todo, como restricciones materiales en el acceso a derechos
sociales, económicos, políticos y culturales que sostienen la posibilidad del
bienestar colectivo. Dicho de otro modo: no sólo es imposible estar fuera de la
telaraña política, sino que esa telaraña nos enreda de forma creciente,
mediante la asfixia cada vez más severa de nuestras vidas.
Que estemos intentando crear un
“afuera” (una exterioridad política) y persistamos en la construcción de
proyectos sociales autónomos, no niega esta premisa: nadie está fuera en una
sociedad del control. La desconfianza al estado actual (e incluso a cualquier
forma de estado, a la «estatalidad» como estructura de gubernamentabilidad e
institución política central en la modernidad) no es impedimento para que ese estado
irrumpa, bajo la forma de políticas gubernamentales concretas, en la vida
social en su conjunto. Vincularse de formas diferenciadas con esas políticas,
incluyendo la resistencia activa a sus efectos más perniciosos o el intento de
limitar su campo de intervención, no niega en lo más mínimo su presencia
material en nuestra cotidianeidad. Siempre ya somos objetos de las decisiones y
prácticas gubernamentales: pedir que el estado “nos deje en paz” es,
precisamente, la imposibilidad de la política actual. Descreamos o no, seamos
libertarios, comunistas, feministas, altermundistas, insurreccionalistas,
pacifistas o lo que fuere, los efectos de esas políticas son visibles y algunos
inclusive irrumpen de forma brutal, bajo la forma nada metafórica de un policía
antidisturbios, una citación judicial o un embargo.
Aunque el sistema político
vigente suscite dudas legítimas e incluso una distancia irreductible, la
abstención no parece ser una buena estrategia para sacarnos de la telaraña.
Como moscas atrapadas, no es posible cortar lo que nos asfixia si no logramos
subvertir las decisiones políticas que siguen enredándonos. Si un parlamento
con mayoría absoluta de la derecha amenaza con profundizar en las políticas
precedentes, un parlamento fragmentado permite limitar el alcance de semejantes
políticas e incluso revertirlas en cierta medida. Dicho de otra forma: podría
producir un movimiento forzado hacia la negociación política que,
objetivamente, limita el poder de decisión de estas fuerzas neoconservadoras.
En suma, la exclusión del sistema
político de partidos y de las instituciones estatales como campos estratégicos
de lucha constituye una renuncia política que favorece la reproducción
sistémica. Contra la idea de que votar es “hacerle el juego” al sistema, cabe
afirmar que el “juego del sistema” es que cada vez la ciudadanía se implique
menos en las prácticas políticas, incluyendo el acto de votar. ¿No es el
abstencionismo, en estas condiciones, funcional a ese juego sistémico que
consiste en blindarse contra aquellos jugadores que quieren cambiar las reglas
de juego (incluyendo la de una ley electoral claramente injusta)? El
abstencionismo da vía libre a las políticas gubernamentales en curso. Sostener
que es indiferente quien gobierne es, sin más, un acto de ceguera. Facilita que
sigan jugando con nosotros.
Si las luchas institucionales
constituyen un momento específico de luchas político-sociales más vastas, no
participar en ellas facilita –a menudo, de forma involuntaria- que una derecha
retrógrada siga extendiendo su telaraña. Queda por averiguar si seremos capaces
de desenredarnos de ella.
Arturo Borra
Qué buen artículo. No podría escribirse y argumentarse de forma más clara. Gracias por tomarte el tiempo para compartir con todos esta reflexión tan necesaria.
ResponderEliminarUn saludo!
Yo voté. Voté en conciencia. Estoy encantada de haber contribuido a elevar la tarea más hermosa que nos es dado a todos mimar : la Democracia, con sus luces, muchas. Sus sombras, muchas también, pero único garante de todo sistema que se presuma humanamente digno.
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