La asfixia es cada vez más indisimulable. Como el autismo. Como si ante el sufrimiento anónimo no supiéramos más que reforzar la membrana, reafirmarnos como mónadas, invocar el miedo a la catástrofe para ocultar el hecho de que ya estamos en esa situación donde vivir se parece cada vez más -para una multitud de seres humanos- a la mera supervivencia.
Afirmaciones semejantes suscitan risas defensivas. Pero la risa tampoco detiene la locomotora de la historia, cada vez más descontrolada, enfilada al desastre ecológico y social. Como dijo alguna vez Walter Benjamin, quizás lo revolucionario sea que la humanidad que viaja en ese tren pueda accionar el freno de emergencia.
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